RECITALES Y ARTÍCULOS

sábado, 19 de enero de 2019

EL BIG BANG


A un simple globo lo hemos llamado Universo. Lo avienta el soplo limpio de mi hijo que le pinta una narizota y dos bizcos ojos de pánico, y que al inflarlo más y más, los ves cómo se van separando, huyendo contrarios por la fina curva de goma como perdidos soles errantes…
Y mientras sopla que te sopla, me descubre que, quizá, este incomprensible viaje espacial nuestro dentro de un globo azul, no sería muy distinto al de esos dos pintados ocelos con rotulador; me da por pensar, lo vislumbro, que se encontrarían a sus espaldas si la piel de este cosmos de goma se estirase inagotable al aliento perpetuo de mi niño dios. El simple hecho de inflar un globo pintado, me da más respuestas que cualquier oscuro tratado de mecánica cuántica o compleja teoría del Universo.
Y lo lanzamos al aire. ¡Cuidado que vamos ahí dentro! -le digo.
Ni el mejor arquero llega como nosotros: con la coronilla, con las yemas de los dedos, con el trasero, con la punta del dedo gordo del pie izquierdo…
Y siempre rompemos algo en el juego, pero qué casualidad, siempre de lo que yo reniego: hoy, de ese odioso cobarde suicida gato de escayola, siempre al borde del anaquel, siempre asomándose obligado al precipicio, y por fin, colateralmente dañado: hecho papilla por nuestro fuego amigo…
 Pero… ¡ay!, en este infantil juego, quien la pifia, quien deja que el globo toque el suelo, lo paga muy malamente: se le explota sin miramientos frente al paredón de sus mismas narices: se le da matarile, rile, rile.
Y el Universo, en un despiste, bota y rebota en el suelo.
“Papito, tienes menos reflejos que el gato de yeso -me dice mi cancerbero enano…
Mientras frente a mí, cara a cara, suspendo el Universo por el rabillo de su ombligo, mi joven verdugo, desternillándose de la risa, se me acerca con el brillo de un alfiler entre los dedos, demorándose encima el muy vacilón en su ya enésimo parricidio…
Yo aprieto los ojos, los dientes, pliego las orejas, encojo los hombros... (¿Mi niñez no es la de mi hijo? ¿La eternidad no es una tarde con él?), mientras otro Universo, ya con eco de fondo cósmico, se eleva feliz entre sus labios.


            ©Rubén Lapuente Berriatúa

2 comentarios:

  1. Un instante de felicidad junto a los nuestros vale mucho más que mil jarrones chinos...

    Besos.

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  2. Sí. La infancia que no recordamos la vuelves a vivir con el hijo, si el trajín de la vida te deja.
    Un beso

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