RECITALES Y ARTÍCULOS

lunes, 27 de mayo de 2019

LA ALMOHADA DEL CORAZÓN




Parece que es una almohada. Tiene la forma de un corazón. Coincidió que la primera que hicieron  en la Asociación del Cáncer de la Rioja se la llevaron  a mi mujer, al hospital, cuando ese arquero ciego le clavó en el pecho una flecha en curare embebida...
Yo creía que era una de esas cervicales para mitigar ese duro jergón que ponen para el acompañante en el Hospital San Pedro. Pero no, me equivocaba. No era para mí. Es mágica porque sirve para todas las mujeres, de talla única, a la medida de cualquier axila. Y es para cuando abran los ojos postradas en una cama y  empiece la herida a respirar la escarcha del miedo...
 Es como aquella tirita de madre que de niño se bebía la olita de sangre, el hervor de la rozadura.
 Ahora es la almohada suave para la cabeza de niebla del dolor. Y en la calle Lardero, en la Asociación del Cáncer, tienen el taller. Allí, son las mismas malheridas mujeres, ya  reverdecidas, las que después de todo el sufrimiento, se citan, se arropan y cosen esa joya, ese corazón de almohada, con hilos de penumbra de aquellas mismas lágrimas rotas.
Allí, hilvanándolas,  quizá van olvidando sus días de vida envenenada, y ojalá no se lean en los ojos lo mismo, destierren esa pregunta : ¿Nadie nunca nos dirá que ya estamos limpias?
Yo tengo una que se ha ganado ser la reina, la guinda sobre la colcha de mi cama porque cuando mi sueño rozaba el sueño tembloroso de mi mujer, bajo su brazo, la veía como aquel blando peluche de la niñez  que asustaba el miedo de la oscuridad: la muleta de su corazón.
 Y ahí la tienen preparada para llevarla rauda, en mano, hasta la misma cama del hospital,  cuando ese mismo invisible arquero ciego hiera en el pecho a una nueva muchacha.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el digital nueve cuatro uno de La Rioja

miércoles, 8 de mayo de 2019

LA MANÍA DE CONTAR


Esa manía de contar al alba todos los ojillos de la persiana y que no llegara mi madre antes, me iba en ello su buena  suerte; o la de sus primeras canas con aquel presumido y juguetón revuelo de su melena, que me hacía rabioso comenzar de nuevo; o los pétalos de las margaritas y que me fueran todos impares, me iba en ello su cariño…
¡Y quería que me contara el equilibrio de una escoba subida a la arena del circo de mi frente, de mi empeine, del índice de mi dedo!
Y esa manía de contar estrellas en las noches de verano, de agotarme en los números, creyendo haber llegado al infinito.
Y mis zancadas, medida de aquel puente que escalonaba mi altura triunfal de niño a muchacho.
Y el desafío hasta el resuello de aguantar la respiración hasta arruinar todos los segundos.
Y la angustia de contar el eco de los golpes en la pared de mi padre derrotado…
Hace ya mucho tiempo que perdí la manía de contar. Sólo algún día, en la cama y piel adentro, me domina aquella agorera prisa de albores ya no interrumpidos, o me entra la manía de contar hebras de plata en las crines del sueño, o me viene una lluvia de impares pétalos  de los “me quiere” en el  viento, o en mi alarde sumo el retraso de la merienda de sus bostezos, o mi dedo salta, señalando y llevando a la vez la cuenta de las chiribitas en el preludio de la noche de mis párpados, o  cuento el número de mis marciales pasos: estirón de aquel soldadito en el puente,  o  me sobresalta  la bocanada última como un vómito de lauro, o me pueden las diez campanadas de la cabeza contra la pared de mi padre derrotado…
 Y piel adentro, revuelto todo, lo sobrevuelo…una, dos, tres,…
hasta quedarme dormido.
            ©Rubén Lapuente Berriatúa