Llega a media tarde, sin prisa. Sube por sus empinadas calles de piedra
hasta que corones su hermosa cimera de pinos. Allí, llévate la caricia de esa
alberca pura del Iregua, en la que chapotea el pez de los sueños de un pueblo que,
aunque se asoma feliz cada día a su inigualable belleza verde, necesita de más
miradas, de más pregoneros corriendo la voz de su tesoro escondido y sobre todo
de muchas más sábanas nuevas tendidas en los alambres del agua...
Luego, siéntate bajo el viejo olmo: ese chaval de cuatrocientos años que,
aunque va con su muleta de arneses en bandolera, cojeando, todavía aguanta de
pie, bello y orgulloso, la vida: Un árbol que se resiste a dejarnos, que desde
el primer día que supo que daba sombra, cobijo, que era confidente y emblema de
un pueblo, las uñas de sus raíces se le soldaron a la tierra.
De cada esquina, verás aparecer cuadrillas de muchachos y muchachas prendiendo
las velas y cuidando que se alce temblorosa su alma dorada. Habrá música y
conciertos y mercaderes de cosas hechas sólo con las manos. Todo el pueblo será
como la terraza de un bar al cálido atardecer de Julio. Y cada paso que des,
será una sorpresa: caligrafías de llamas en las calles, en cada casa; balcones
con pequeños transparentes tiestos de flores de lumbre que equivocarán hasta
las mismas tozudas y laboriosas abejas…
Verás pura vida: la que le hace al tiempo, como un muchacho travieso, hacer
novillos, pero para ir a buscarte, para no darle cuerda a tu corazón, para que por una noche olvides tu
nombre…
Y es pura magia cuando cierre su
abanico el sol y alguien, con un solo blanco disparo quite los fusibles del pueblo,
y encienda a la vez las diez mil lentejuelas de su vestido de gala cosido con
hilos de piedra eterna…
Y no querrás irte, no querrás que se acabe la magia al sentir tu carne como
de cera caliente, tu cabeza como vena de savia de mecha ardiendo, e irás
notando cómo tu errante espíritu, ahora en la llama, toma las calles,
reverbera en la piedra rosa, se dilata en tus pupilas, hace despertar las alas
de tijera de las golondrinas creyéndose que vuelve el carrusel con campanas del
mediodía…
De lejos verás un incendio de oro dentro de un bosque esmeralda.
Y cuando todo acabe, cuando vuelvas a la realidad, sabrás que algo de la
conciencia de ti, la había tomado otra persona: la que pocas veces se asoma por
la ventana de tu cabaña del alma. Que habías vivido un mágico cuento: la fábula
de un pueblo con diez mil luciérnagas prendidas, para enamorarte y tatuarte en
la memoria, no sólo ese breve destello eterno que es la belleza, sino también,
al apagarse la última vela, su miedo a la soledad…
Y cuando vuelvas a tus asuntos, quizá, alguna vez, al apagar la luz de la
mesilla, tu entresueño baile con ese rebaño de velas encendidas: esas
chiribitas que, en la noche, preceden e iluminan los mejores sueños.
©Rubén Lapuente
Berriatúa
Publicado en el periódico nuevecuatrouno de la Rioja 25/07/2019
Publicado en el periódico nuevecuatrouno de la Rioja 25/07/2019
Unico sos con tus textos llenos de esa magia que solo vos podes darle
ResponderEliminarQuien bien escribe poesía bien escribe en prosa. Y hé aquí la prueba. Felicitaciones, Rubén.
ResponderEliminarSalió un día gris. Cada gota de lluvia me dolió. Tuvimos que poner del revés las velas, esperando que aclarase el cielo..Otro año tendremos más suerte.
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