Bajo un
cielo
de mil
frutales ramas de la Vega del Iregua, va y viene la riojana Mariamor. Para ella serán sólo manzanas, ciruelas,
melocotones, nectarinas…, pero para otros, pequeños dulces planetas, coronándola, rondándola, esperando caer de la rueda de su
mano
al remanso
del frutero de su falda, al reclamo luego de unas cajas apiladas en la carretera junto a la rotonda camino
Alberite,
hasta acostarse
en el tenderete
del zaguán de su casa con la puerta de
hierro siempre entornada y morir finalmente en el árbol de la sangre de las venas de todos los
afortunados que la hemos encontrado, conocido, saboreado en su inmaculada fruta…
Pero ella
está en otra cosa:
está a lo
suyo: a escoger, a pesar, a vender su cosecha, a ganarse la vida. Ella no sabe que, bañada así,
por tanto perfume
de la
bodega de la tierra riojana, la ves más sencilla, más clara, más hermosa, más Mariamor…
Al irme, me regala un membrillo: Ese que tiene las ventanas abiertas. Que lleva
dentro un sol ardiendo. “Para perfumar el coche”- me dice.
Sé de su
leyenda,
del
mordisco en su carne amarilla de las antiguas novias griegas, para entrar en ese lecho nupcial de
ardientes sábanas de luna con la boca llena de perfumados besos…
Y para
beberme
la esencia
única de ese dorado incendio y se pierda por todos los rincones de mi cuerpo,
levanto el pie del acelerador y a la vez cierro un instante los ojos…
De Lardero a Cameros voy tirando de un hilo de rubia luz de sol de membrillo. Voy destejiendo la
madeja de un corazón hecho del perfume de la bodega de la tierra, el de la riojana Mariamor: La que va y viene de la vega del
Iregua…
La que está
en otra cosa.
©Rubén Lapuente
Berriatúa
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