RECITALES Y ARTÍCULOS

miércoles, 13 de noviembre de 2019

CENICERO


Yo venía de los ásperos brazos de los números, rodando, camino a casa. Y con ese mal humor al verme atrapado en la ratonera de una caravana de tractores. Y es que a uno le cuesta un mundo apaciguar el trajín de las horas atado a una mesa. Y esa bella luz de otoño que caía dulce y herida sobre el parabrisas, hoy no era para mí. Pero al ponerme detrás, al ver en ese último remolque el volcán de racimos de uva, de pronto, volvió de mi infancia lo que jamás palidece pero que a veces uno olvida: que mi ventana de niño daba a un ejército de viñedos.
Y se me apareció aquel niño mío antiguo: su silueta recortada en el atardecer empuñando una espada de sarmiento de capitán de un océano  de viñedos; su cuerpo menudo bailando al son de pasacalles en torno al templete de una plaza vestida con arreos de vendimia…
Y me vi en Cenicero, mi cuna, sobre los hombros de mi padre, sobre la mejor montura de la memoria de tantos seres alumbrados por otros, que salieron de otros, en otros, de un primero, que punzaba aún su antiguo recuerdo en su espalda y que a mí, jinete niño,  por primera vez, también me alcanzaba esa flecha del clamor de la memoria en su boca y que no debía olvidar nunca:
 “Ésa es la torre, hijo, como la de tu castillo, como la de tu fuerte de madera. Ahí dentro, un puñado de milicianos de tu misma sangre,
dejaron los aperos, resistieron envueltos en llamas, vencieron a un ejército con la dignidad, con el orgullo, con el valor que ha forjado  esta tierra rojiza …Nos devolvieron la libertad. Eran como ese puño cerrado tuyo en el que atesoras una piña del suelo, y tanto la aprietas, la aprietas, que ni el sueño de la muerte te la arrebataría. No lo olvides, hijo, cuando te avasallen, cuando intenten pisarte en la vida…Recuerda que abrieron sus casas, deshicieron sus camas, usaron de vendaje las sábanas de su mejor ajuar cuando aquel convoy tiñó de sangre y muerte las aguas del río Najerilla. No lo olvides cuando descarriles tu tren de hoja de lata. Cuando a tu lado veas sufrir, deja lo que estés haciendo y ve, ve, recuerda, recuerda….”
Sí, voy rodando, ahora sin prisa, como ayer en los veranos de mi infancia más luminosa. Van rumbo a la bodega, al lagar, a los pies de topacio de quien me regala cada año el temblor de una jarra de vino joven de su íntimo pozo de mistela. Sí, voy detrás, remolcando, ahora yo también, pero a los que he perdido, con esta luz otoñal, tan bella y herida, tan dulce, traspasando el cristal hacía lo que soy: el mejor rocín de la memoria: mensajero de la nueva sangre de mañana.
Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el diario La Rioja el 11/11/2019


1 comentario:

  1. ¡Qué intensos momentos recreados en la belleza de los colores otoñales de los viñedos! Salud.

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