a mi hijo Rubén
Son miradas
que nos hacen callar
Que lo dicen todo
Un día tenía que ser:
Las alas del hijo
Su vuelo alto y lejano
Por la puerta entreabierta
de su habitación
qué zarpazo
del silencio profundo
Cómo rasguña por dentro
esa franja de luz
Cuánta vida parada
en esa vislumbre fugaz
Se nos olvidaba mujer
que ese trozo tuyo y mío
era nuestro dulce huésped:
vagabundo de su porvenir
Y ahora
nos acostumbraremos
a no oler su perfume
de muchacho bueno
A no oír su voz templada
nunca por encima de un grito
¿Echaremos de menos
la sabiduría de su sencillez?
¿Y mis torpes manos
se apañaran sin las suyas?
He llenado dos copas
de ese dulce vino de orgullo
que achica además
la ausencia
Y contigo mujer
que te veo ahora
ordenando
en su armario
la ropa que no se ha llevado
brindamos con miradas
que nos hacen
callar.
Rubén Lapuente Berriatúa
A veces cuesta mucho asumir ese vuelo; pero es ley de vida, y si lo piensas bien, es mucho más doloroso ver a un hijo que no ha sabido volar y se va haciendo mayor bajo tu techo.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Laura, el poema mira más lejos. Te diré que cuando se te van los hijos pero lejos, lejos, de puertas afuera eres el mismo, nadie nota nada, pero por tus adentros, en los primeros días, al pasar por la entreabierta puerta de su habitación, te das de bruces con esa ausencia que te sigue por todos los rincones, te rasguña con su soledad sonora desde la misma curva trenzada de su silla, hasta en el bote del colacao que ha dejado a medias. Y piensas por un momento que si para esto se tienen hijos, para no verlos, para no abrazarlos. La tecnología, nos acerca, pero con besos fríos, abrazos sin crepitar de huesos, miradas de plasma que no adivinan temores; hay demasiada letanía de cumplidas palabras, tamizadas, como si el amor estuviera en cuarentena, cercado por un viento frio de cristal… el mundo no era un pañuelo. Lo llaman síndrome del nido vacío, pero enseguida te das cuenta de que estás por encima de esos altibajos, de esas vicisitudes que te regala, o mejor, que te cobra la vida: Prevenido. Y al ser una mezcla de alegría y melancolía a la vez, coges un lapicero y dejas esta segunda en unos renglones de una hoja de papel, la sacas de ti mismo, y la tiendes como ropa lavada tendida a la luz del mediodía, que vaya cicatrizando sola, y te vas ligero a tus asuntos.
ResponderEliminarUn beso
El síndrome del nido vacío, ay... Puedo decir que lo entiendo perfectamente, con tres hijas fuera y una, lejos, al otro extremo de la península. Pero lo bueno es cómo lo expresas y nos lo haces sentir contándolo. Eso es lo que cuenta. Felicitaciones, Rubén; porque tu hijo ha volado felizmente y siempre sabe que puede contar con vosotros, y por vosotros que, ordenando el armario de los sentimientos, siempre sabéis que podéis contar con su amor. Un abrazo.
ResponderEliminarDa rabia que por la crisis hayan tenido que irse pero se conocerán mejor, se harán mas fuertes.
ResponderEliminarun abrazo