RECITALES Y ARTÍCULOS

miércoles, 1 de octubre de 2025

VINO PARTISANO

 


Visitando el lagar de un bodeguero de la sierra de Contraviesa, me traje unas botellas de su vino natural, salvaje. Un vino de sus rebecos viñedos.

Le dije que no era muy amante de los caldos tradicionales por esa quizá alergia que me provocaban, dándome en seguida dolor de cabeza. Que supongo no sería culpa del vino que es inocente. Hay algo en ellos, no es el alcohol, que mal se me enreda dentro.

Angelicales del todo no son, me dijo. Algunos los manipulan tanto que los vuelven dóciles como un guante, les quitan su verdad, su carácter. Eh, pero ojo con este mío, desde el primer sorbo no se te va a subir a la cabeza, que no he utilizado herbicidas, ni pesticidas, ni siquiera abonos químicos. Y si no llueve, que aquí no se riega, ya está la benditera niebla santiguando a los labios de los sedientos pámpanos. Además, siempre he buscado un reflejo de la añada, dejando que fuera la uva la que expresara su carácter, sin añadirle ni quitarle nada: Ni levaduras seleccionadas, ni otro tipo de bacterias para acelerar la fermentación, hecha con los mismos hollejos.

Me dijo, que su vino ni lo había clarificado ni casi filtrado, que él solo se había hecho mayor. Además, no tenía ni una pizca de sulfito añadido en ningún momento del proceso de elaboración. Ah, y que, bajo la soledad del cielo de mi paladar riojano, el que deja memoria, disfrutara de él. Que yo ya sabía de qué altas cumbres de cielo granadino venía, de qué manos vendimiado, en que cárcel libre florecido. Y verás, Rubén, cómo te conquista y se corona como el rey del barranco oscuro de tu boca.

Y no quise probarlo ahí. Me llevé unas botellas, y le dije que ya le mandaría en un correo mis sensaciones.

Tenías razón, Manuel, el vino no siempre es inocente. La alergia venía de tejemanejes, de sobar de sulfitos la espuma. Y no sabes cómo me sorprendió este singular vino tuyo, el que sé, labraste grano a grano, ahí donde pacen tus tímidos verdes rebecos. Vino turbio como agua oscura de pozo. Y lo saboreé aquí, en la Rioja, tranquilo y amable, recordando su paisaje granadino. Y no sólo de aquel del final del verano, cuando las vides ya colmadas, danzaban vanidosas sus pendientes de negros soles, sino también del otro paisaje, el olvidado, aquel del frío invierno de las Alpujarras granadinas, cuando las desnudas cepas, centinelas de vacíos odres que la nieve lavaba, se retorcían titiritando en esa soledad y angustia lorquiana, de la que sólo pueden salir puras añadas de rojo terciopelo.

 

Sí, Manuel, vino negro de tu barranco oscuro. Vino partisano, único, sublevado. Puro como una piedra, enseñándote al pie del cielo, la orgullosa cicatriz de su parto natural bajo las mismas estrellas que vería Federico.

 Vino como la poesía, Manuel, solo para una inmensa minoría.


Rubén Lapuente Berriatúa 

                             publicado el 11/9/2025 en el diario La Rioja


sábado, 20 de septiembre de 2025

GORGORITO

 


Sorteando el tinglado, el teatrillo de guiñol de la abarrotada plazuela, alejándome del bullicio, enfilando ya el bulevar de la avenida, me alcanzó hiriéndome dulcemente por la espalda, una tormenta de algarabía. Era el guirigay de la chiquillería del barrio. Eran los inocentes gritos acallando las añagazas de la bruja Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, seguro escondidos en el collage de bosque del mismo telón de fondo de mi memoria, alertando, todos a la vez, de emboscadas y peligros al despistado héroe Gorgorito, o a Rosalinda, su eterna novia pura. Y que no se salieran nunca con la suya los más malos que el veneno vencido.

Demoré el paso para quedarme en el estruendo de la estaca en mano dando a la remanguillé en la malvada cabeza de trapo de turno. Y me di la media vuelta para volverme a ver en el recuerdo, sentado en el suelo, ligado por la maroma de otros brazos niños, entrando en esas historias sin miramientos, completo, con las mismas muecas de tirria, de apego, de desprecio, de alerta, de miedo, de júbilo, que las que veo yo ahora en esta nueva camada de chiquillos. Pelea entre el bien y el mal, que nos enseñaba a no ser tan saltaparedes, tan lagartijas, tan duchos en travesuras. Y que ganara siempre la amistad, la verdad, la ternura, la valentía, sobre el egoísmo, la mentira, la cobardía. Cuentos y canciones interpretadas por aquellos títeres que nos animaban a entregarnos, a seguir a nuestro héroe de cartón y trapo. Ahora recuerdo que Gorgorito nos pedía una palabra mágica, que no sé cuál era, para deshacer el sortilegio de la bruja, y éramos todos a una el orfeón de chivatos de esas bravatas de los más malos que la quina.

Las arengas dichas por este héroe nos las creíamos más que las de nuestros sesudos mayores. Y sentíamos a los títeres con vida propia, y luego parloteábamos como ellos con animales y astros y plantas y objetos: una escoba entre las piernas era un caballo, un bordillo de acera era un precipicio, una manta rodando por el pasillo de la casa de la mano del abuelo, era un coche al que subirnos…

Y todos los sentimientos estaban ahí juntos, en ese teatrillo de las emociones. Toda esa imaginación y fantasía de sueños despiertos, nos serviría después, seguro, para olvidarnos de nosotros mismos en la penumbra de un cine, o para desaparecer en las páginas de un libro, o iluminar la penumbra de unos versos de Lorca, o para perderme yo en la agreste belleza de esta sierra de Cameros que me rodea, y con tan sólo cerrar los ojos, como si con la imaginación no hiciera falta viajar.

Y para tener, todavía hoy, un trocito vivo de aquel mismo niño. El que salía de la mágica tramoya de la plazuela de las emociones, como un limpio río risueño, colmado de entregarse a este privilegiado y hermoso viaje de la vida, aunque a cierta edad, sea ya hacia el cansancio, hacia no moverse nunca más.

Rubén Lapuente Berriatúa        publicado en el diario La Rioja


jueves, 11 de septiembre de 2025

TODO ES DE ALGUIEN

 


Cuando esta senda de la vega del Iregua se preña de manzanas, cómo no parar el coche un momento e inaugurar la nueva cosecha en el milagro de un manzano. Las ves ahí como dulces planetas, tan atractivas, y te cuelas por entre los alambres, entras en esa finca como un viejo ladronzuelo. Es un ritual mío de cada verano. Miro a los lados, escojo la más singular de una rama vencida, y muerdo esa carne dulce que es un hilo virgen de la oculta fuente de la tierra riojana. Y cómo inunda y espabila el interior más puro y dormido de uno. Y es que la sensación de tomarla de la rama es distinta, única, a verlas en el timo del escaparate de la calle, como bodegones de manzanas empolvadas, con ese óleo impostado de cera roja.

 Y mientras la saboreo, siempre pienso en que, si realmente fuéramos solo dos en este mundo, y lo que piso el único terruño del planeta, por llegar yo un poquitito más tarde en el abrir de los ojos a la vida, ya sería el siervo de esta gleba. Ya tendría que llamar a esta puerta con cara de subordinado, y de rodillas.

Que la tierra la coparan los terratenientes con su linaje, su poder y su cuento, y para siempre, es echarle mucho rostro. Y como todo está ya tan bendecido por ese listo y saca cuartos fariseo Leviatán de Estado, no le pidamos ya al hombre que busque tiempo para soñar, esclavo como es del salario, guardaespaldas del capitalismo, con las barricadas ya en museos de paleontología. Que esta rueda del consumo no puede dejar de girar, no puede tener zapatas, ni su libro marcapáginas, que, si no todo se nos vendría abajo, convertidos solo en esclavos del estómago, bien uniformados, pero sin Rolex.

Todo se hizo malamente desde el principio, y eso que no hace tanto tiempo de aquellos pioneros del revólver en vaivenes de caravanas polvorientas, rumbo al oeste. Llegaban los primeros, y a cambio de cuentas de colores se quedaban con las tierras de los indios, luego las cercaban, y ya eran de alguien para siempre. Y es que el hombre es el único animal que le pone nombre y apellidos a la tierra, cuando el dueño de la tierra debería ser solo la misma tierra. Que los de carne y hueso pasamos en un santiamén. Si solo somos historias de nubes, de olvido, un poquito de nada. 

Y, mira, cada terrón del planeta es ya de alguien. Estoy por pensar que la culpa de todo la tiene Santa Rita, Rita, que lo que se da no se quita, como principio universal que ampara la ley.

Y mientras el jugo de la fuji me corre fresca por la comisura de los labios, a lo lejos oigo una voz entre los manzanos, un ¡eh, tú, sal de ahí! Y a la vez me ladran un par de fieles y fieros lebreles, sin estudios, claro.

Cualquiera le explica a mi terrateniente que se acerca, que estoy en una íntima ceremonia mía de estío, y no digamos nada si a los chuchos les suelto lo del influjo de la manzana ajena, in situ, sobre el pensamiento de Carlitos Marx.

y… ¡Joder, Ruben, tira la mordida prueba del delito, y corre, corre, pon pies en polvorosa!

Rubén Lapuente Berriatúa        publicado en el diario La Rioja

domingo, 7 de septiembre de 2025

EL DEDO CORAZÓN

 


No te engañes. Esa manecita sin tiempo que como una azucena se asoma a la rueda de la vida, tan hermosa, necesita ese largo dedo corazón tuyo. Mira cómo se aferra al rumor lento y espeso de tu sangre. Tiene la cintura precisa, y lo abarca tan bien, tan hecho a la horma de sus deditos. El viejo sarmiento tuyo para sacarla del mar del sueño blanco. No hay mejor noray donde atarse.

 Y es tu flotador en ese momento de la vida en el que notabas que el tiempo empezaba a correr, poniéndote alta la insoportable melodía del tic tac del corazón en el silencio. Y dirás que esa manecita de tu tardía nieta, te da vida. El verla crecer te hará ganar unos cuantos años al cansancio. Rejuvenecerás un montón cuando te coja de la mano y te lleve a todos los rincones de su planeta bajito. Su cobijo es ahora tu mano grande, esa llena de arbolillos de venas, ramajes a punto de estallar, y en las que te duele posar los ojos como si no fueran tuyas, como si en ellas empezara mucho antes a medrar huraña la muerte.

Pero no te engañes, esa manecita que ahora te busca, no es la tuya, no te salva. Te parecerá que dura una eternidad, pero en un suspiro se te acaba.

Y de pronto, ya estás solo y torpe para vivir sin molestar. Quizá ya habites en una casa grande llena de paredes sin recuerdos, despertando cada amanecer al mismo agrio olor, con el cansancio pegado a la piel, y con el único aliciente de mirar sin pestañear la puerta, esperando se abra a la vez que tu mejor sonrisa. Pero pena que aún te sostenga un molesto hilo de lucidez, porque te recuerda a ti mismo cruzando los domingos (la vida es ver volver) ese mismo portón de madera.

 Y esa pasajera mano, la que más recuerdas por ser la última, vendrá a verte, pero, ¿ves cómo no es la que te salva? Ya no necesita todo el tiempo la tuya, la huérfana tuya.

¿No comprarías una con palma y dorso que te diera las caricias? ¿Que fuera el bastón de tu torpeza, la gasa limpia de tu llaga? ¿Una mano de esas de andén o del puerto de las que se quedan siempre a lo lejos como una bandera al viento esperándote, y que no te abandonara nunca? ¿Una mano que una noche corriera lentamente la sábana blanca de tu último sueño?  

Hay un diario de una soldado de la edad dorada, que leo cada noche en su espalda vencida. Lo acompaña mi dedo para no perderme en sus renglones torcidos. Un diario que habla de soledad y ternura, de desdenes hirientes, de batallas perdidas, de encontrar en las cuatro paredes alquiladas, escondidos sollozos de madrugada.

“¿Sabes, Rubén? Le he llamado hoy corriendo, pero corriendo. Hasta temblaban mis dedos en el teclado del teléfono, y me ha dicho que todavía no podía venir. Perdón, pero se está muriendo su madre, le dije. Y mientras acababa sus asuntos, como un bebé me ha cogido el dedo corazón…"

Que no te engañen. Que no te olviden.

Rubén Lapuente Berriatúa      Publicado en el diario La Rioja

miércoles, 27 de agosto de 2025

LA REINA DE LA ORILLA DEL MAR

 


 Para conocer el mar miro a Aina. La reina niña de la orilla. Un ángel querubín que tiene embobados los ojos a todos los que a su verita roza. Y viéndola, uno comprende que la mar así no carrule, se quede en enaguas, tamborileando en su tocador, jorobada, sin empolvarse aún la nariz, a la espera de que esta pequeñuela, pizpireta suelta, se meta de una vez en su sombrilla y deje ya de poner la playa patas arriba.

 Y es que tiene tanta luz como cuando la primitiva luna llena se bañaba, sin nadie, tímida, haciendo del primer pez redondo de plata reverberando en la desierta mar salada. Y es tan inocente como una corderilla disfrazada con la piel de una lobita buena, o como esa ardilla abriendo tranquila una nuez en mitad de la raya de la carretera, siempre al cruzar por Nieva, y que tan solo se aparta si oye el piii, piii, piii…, de mi bocina.

Y como niña, es la única del universo capaz de vaciar el mar en un hoyito. Lo ha hecho ella con su pala amarilla, y luego va y viene con su cubo a rebosar, que vierte en ese infinito agujero negro de arena con apetito de tragantúa.

La veo luego a la carrera bordeando los pétalos de espuma de cada ola, huyendo de esa suave lengua de agua que siempre la zancadillea. Y me parece ella ese barquito de papel, yéndose a pique, que botamos alguna tarde, para que lo vea correr bajo los puentes, siguiendo la corriente de ese río de mentirijillas del parque Gallarza.

 La niña reina de la nadería pellizcando lo que el mar le regala:

esa vega de luz de escamas de plata, o en la rosaleda de nácar de la arena, esa concha que coge, la mira, la bien cierra en el puño prieta, y ya no la suelta hasta que en el bajío del sueño la policía del mar se la arrebata.

 Y si la veo embelesada, siento como que el mar le esconde su pequeña memoria. Y como si cogiera el autobús de las eternas olas, me vagabundea: Aina, exploradora, gata que rompe con sus almohadones, y camina sola y valiente hacia lo que no sabe ni le preocupa.

Si yo me despistara y en un suspiro se me perdiera, la encontraría en un periquete, o borracha de arena en la orilla, o de pie, en jarras, desafiando la eterna tarascada de las olas, o ensimismada, lírica entre las dunas, mirando caer abriendo la canilla del meñique, la belleza del surtidor de oro de su puñito de arena.   

 Cuando ya le da la espalda la tarde, envejecida de sol, morenas ya las alitas blancas de la espalda, me la llevo de bandera sobre los hombros, y uno, agradecido, vuelve la cabeza a esa primavera eterna de luciérnagas de acero que el atardecer del mar nos regala.

Mañana, al ver por los ojillos de la persiana el primer rayito de sol entrando, saltará de la cama como un cohete, como una saltimbanqui. Venga, vamos a la playa, que (a la siete) ya se ve, nos dirá, con su pala y su cubo frente a la puerta, como si fuera a su pupitre azul y verde.

Rubén Lapuente Berriatúa      publicado en el diario La Rioja

domingo, 10 de agosto de 2025

HIJOS DE LA ARENA

 


Mira si nos importa que sean hijos de la arena, que nazcan en patrias de lona, que se sepan de carrerilla el camino de las estrellas; mira si nos importa su memoria de pizarra, sus historias al calor del fuego en las frías noches del desierto, que no pueden olvidar nada nunca jamás, que cómo se les muera un anciano, se les muere un libro, una romanza popular, y todas esas viejas leyendas de un pueblo milenario; mira si nos importa que sueñen regresar adonde muchos aun nunca han vivido, que de no ser por la venida de estos niños saharauis de “vacaciones en paz” a España, solo unos treinta a La Rioja este verano, entrecerraríamos los ojos frunciendo el ceño, intentando rebuscar en la memoria ese cabo del hilo de su causa perdida…

Y empiezas a recordar que, por no incomodar a nuestro altivo vecino invasor marroquí, bastó ver aproximarse a una larga fila de chilabas en aquella vergonzosa marcha verde de 1975, para poner pies en polvorosa: desertamos de nuestra colonia, de nuestra responsabilidad. Total, por un puñado de fosfatos, por un cesto de peces, por unos miles de recortados perfiles de nómadas atravesando un desierto de arena, no merecía la pena seguir en la asfixiante garita bajo un incómodo sol saharaui. Mira si nos importa, que les dejamos tirados: Cincuenta años llevan tirados fuera de su tierra en inhumanos campamentos de arena en llamas, sobre todo en la argelina Tinduf, esperando un referéndum prometido que nunca llega. Ah, pero la penitencia del pecado la vamos purgando organizando la acogida de este puñado de niños saharauis a esta verde duna de viñedos, a estas cegadoras luces de neón, a nuestra colmada nevera, a nuestro grifo eterno, a nuestro emparrado sol, siempre a nuestros corazones. Pero, ¿hasta cuándo? ¿hasta que así pasen otros cincuenta años más?

 En mayo de 2021, como respuesta a la acogida del líder del Polisario en La Rioja, Marruecos abrió su paso fronterizo dejando pasar de una tacada a más de 8.000 migrantes de manera irregular. Y ahí salió nuestro presidente Sánchez, volteando sus principios, pasando la mano por el lomo de ese sátrapa Monarca marroquí. No entiende que para sentirse querido uno debe mostrar también la firmeza, pero de su debilidad: quedarse y proteger y dar esperanza al que iba de nuestra mano, y ahora en Tinduf, en la arena de Argelia, echa sus raíces en las estrellas.

 Solo cabe dar la bienvenida a estos pequeños héroes descalzos, hijos de la arena, de las nubes, hijos de los besos desterrados, que nos hacen enarbolar, aunque solo sea por un verano, la vieja bandera de su causa. Yo dejo estos renglones de tinta en la duna de papel del periódico. Agito esta campanilla de arena con voz de viento siroco, que solo pide políticos con dignidad.

Bienvenidos niños saharauis de Vacaciones en Paz a la Rioja.

Ojalá no os ciegue el oropel de nuestras luces.

Ojalá no os bebáis, todo el dulce veneno que os daremos.

Rubén Lapuente Berriatúa         publicado en el diario La Rioja

domingo, 27 de julio de 2025

QUE VIENE EL LOBO

 


 A la tierra, esa peonza girando del tirón de zumbel de nuestro rubiales sol, le trae sin cuidado saber qué pasajeros lleva, qué especie ha sobrevivido. Eso es cosa de los dioses, de darle justo aliento al barro. Pero hubo uno, mitad pandillero mitad patricio, que echó a la arcilla una bocanada de sangre agria. Y le salió lo que le salió: un hermoso lobezno de peluche primero, pero al que ya se le adivinaba esa lejana mirada de aviso, de amarga miel. Y se preñaron las sierras de aullidos.

Pero al triunfador no le gustaba que ese perro sin escuela solo libre se quisiera. Que no le lamiera la mano. Que paseara por los montes el eterno pecado de aparecerse en la garganta de una oveja. Pero ¿qué esperaba de un animal carnicero? ¿Quién en su casa echa a dormir en el cubil del gato a su tierno pajarillo?

Y como los rediles no se hacen del viento, como la veleta del espantajo no tiene estudios de pastor, como los mastines aun no son veganos, en camarillas de bar urdieron un plan siniestro, dejando por los caminos una dulce carnada mortal. Y en aras del beneficio, como si no tuviera derecho a existir en su medio natural, casi eliminan su misterioso aullido. Hasta que a lomos de la misericordia de un decreto volvió a su refugio de estrellas, volvió a recortar en el último ocaso del horizonte su eterna silueta.  

Venía de guardián de los tesoros de Apolo en el Parnaso. Venía nada menos que de amamantar y criar a los gemelos Rómulo y Remo fundadores de Roma. Y la Caperucita Roja de Perraut y de los hermanos Grimm, le hicieron un flaco favor feroz. Y después, otros, en infinidad de cuentos, novelas y películas, lo iban paseando de sanguinario licántropo bajo la luna llena.

El lobo y la loba se aman hasta la muerte. Son fuertes, nobles, inteligentes, solidarios. Su manada es una escuela de vida. Y en su peregrinar por la sierra, los ejemplares más viejos y enfermos van los primeros, para no acabar rezagados y perderse. Sí, los más fuertes, caminan por detrás al ritmo de ese digno y respetado cansancio de sus mayores.

Ahora que se ha vuelto a abrir la veda, pronto olfatearán el escalofrío de sentirse viviendo acorralados dentro de la cruel cruz de una mirilla.

 Cuando me piden mis niños que les lea un cuento, donde dice lobo feroz o que viene el lobo, lo cambio por político corrupto o ruin banquero. Y canturreamos lo de que había una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos…

 Desmitificarlo como animal sanguinario con la leyenda negra y falsa que aún subsiste, es una tarea difícil de ganar.  

¿Y si hay dinero para despegar los miles de chicles pegados al suelo, no lo va a haber y con creces para convivir con las dentelladas del lobo?

Dejémosle existir en su estado natural. Dejémosle aullando en la noche su pureza, o quizá su gañido sea una pregunta a su dios amargo, la misma que le hacemos nosotros al silencio del nuestro: el por qué estamos aquí, bajo tantas luces.

Rubén Lapuente Berriatúa        publicado en el diario La Rioja