RECITALES Y ARTÍCULOS

viernes, 26 de julio de 2019

LA NOCHE DE LAS VELAS DE EL RASILLO

Ni se te ocurra faltar este último sábado de Julio a la noche de las velas de El Rasillo. Un pueblo de Cameros que se resiste a morir de viejo. Que no se cierra en su belleza. Que la quiere abrir a todos, compartirla. Que necesita de alegría para vivir su solitario y largo invierno helado.

Llega a media tarde, sin prisa. Sube por sus empinadas calles de piedra hasta que corones su hermosa cimera de pinos. Allí, llévate la caricia de esa alberca pura del Iregua, en la que chapotea el pez de los sueños de un pueblo que, aunque se asoma feliz cada día a su inigualable belleza verde, necesita de más miradas, de más pregoneros corriendo la voz de su tesoro escondido y sobre todo de muchas más sábanas nuevas tendidas en los alambres del agua...
Luego, siéntate bajo el viejo olmo: ese chaval de cuatrocientos años que, aunque va con su muleta de arneses en bandolera, cojeando, todavía aguanta de pie, bello y orgulloso, la vida: Un árbol que se resiste a dejarnos, que desde el primer día que supo que daba sombra, cobijo, que era confidente y emblema de un pueblo, las uñas de sus raíces se le soldaron a la tierra.
De cada esquina, verás aparecer cuadrillas de muchachos y muchachas prendiendo las velas y cuidando que se alce temblorosa su alma dorada. Habrá música y conciertos y mercaderes de cosas hechas sólo con las manos. Todo el pueblo será como la terraza de un bar al cálido atardecer de Julio. Y cada paso que des, será una sorpresa: caligrafías de llamas en las calles, en cada casa; balcones con pequeños transparentes tiestos de flores de lumbre que equivocarán hasta las mismas tozudas y laboriosas abejas…
Verás pura vida: la que le hace al tiempo, como un muchacho travieso, hacer novillos, pero para ir a buscarte, para no darle cuerda  a tu corazón, para que por una noche olvides tu nombre…
 Y es pura magia cuando cierre su abanico el sol y alguien, con un solo blanco disparo quite los fusibles del pueblo, y encienda a la vez las diez mil lentejuelas de su vestido de gala cosido con hilos de piedra eterna…
Y no querrás irte, no querrás que se acabe la magia al sentir tu carne como de cera caliente, tu cabeza como vena de savia de mecha ardiendo, e irás notando cómo tu errante espíritu, ahora en la llama, toma las calles, reverbera en la piedra rosa, se dilata en tus pupilas, hace despertar las alas de tijera de las golondrinas creyéndose que vuelve el carrusel con campanas del mediodía…
De lejos verás un incendio de oro dentro de un bosque esmeralda.
Y cuando todo acabe, cuando vuelvas a la realidad, sabrás que algo de la conciencia de ti, la había tomado otra persona: la que pocas veces se asoma por la ventana de tu cabaña del alma. Que habías vivido un mágico cuento: la fábula de un pueblo con diez mil luciérnagas prendidas, para enamorarte y tatuarte en la memoria, no sólo ese breve destello eterno que es la belleza, sino también, al apagarse la última vela, su miedo a la soledad…

Y cuando vuelvas a tus asuntos, quizá, alguna vez, al apagar la luz de la mesilla, tu entresueño baile con ese rebaño de velas encendidas: esas chiribitas que, en la noche, preceden e iluminan los mejores sueños.
©Rubén Lapuente Berriatúa
Publicado en el periódico nuevecuatrouno de la Rioja 25/07/2019 

viernes, 12 de julio de 2019

LA BORRIQUILLA



El periódico La Rioja me pidió varios artículos de los pasos de la Semana Santa de Logroño pasada y sólo para sus suscriptores, para su periódico digital de pago. Éste fue uno.

LA BORRIQUILLA

Todo empieza con esa luz o todo se recuerda siempre con esa antigua claridad que no cede su sitio. Sí, es la luz de la infancia. La del sol de domingo en la carita recién lavada. Niño siempre en este día de ramos que vuelve y vuelve con los mismos ojos: el tiempo se ha quedado a esperarte bajo los soportales. Nada cambia. Lo único es ese enjambre de móviles sobre las cabezas, tan pendientes del encuadre, que supongo les será difícil despertar toda la emoción de los sentidos… ¡Qué época ésta! Ir a buscar luego la memoria en un frágil rincón de una falsa nube en un invisible cielo de cristal cuando el sitio de cada uno de esos momentos mágicos debería estar, y bien guardado, en nuestra íntima plazuela con su primigenia luz... Notar esa vieja mano en tu espalda que viene del tiempo de tus mayores y que debe viajar mensajera hacia el mañana, hacia los tuyos: tu compromiso. Que necesita todos los sentidos, todo el silencio y la soledad sonora de este Domingo de Ramos luminoso, que somos todos los logroñeses quienes encuadernamos esta nueva humilde página de su historia, y hemos de aprender a andar y a ver y a sentir entre este fervor bullicioso de corazones…
Humilde, a lomos de una borriquilla, Jesús entra triunfal en Jerusalén o en este Logroño de bares, de alegría campechana, de nobleza. Un Platero en la era del patinete eléctrico y no desentona caminando por las vieja calles a riendas de Jesús que pronto morirá al caer la tarde en la encrucijada de sus dos maderos…
Aquí he estado yo con mi palma, con mi rama de olivo, de laurel, con el tintineo en el vaivén del entrechocar de monedas de oro de chocolate con el de un sinfín de golosinas, esperando la bendición: una señal  para calmar las dulces olas de saliva de mi boca infantil. Cómo olvidarlo, si nos concedían los deseos con cuentagotas, si la brisa de una chuchería se nos colaba hasta por el oculto bisel de los blancos sueños…
Y día de estrenos, de no ofender a la tradición. Que estamos cosidos con hilos de memoria. Enfundándome hoy unos nuevos calcetines con rayas blancas y rojas, que sean mí escondido talismán que dé un empujoncito este año al Logroñés y subamos, de una vez por todas, a la división de plata.
Y déjate envolver por la infancia de esos niños, quizás, como yo,  recuperes la tuya en ese bosque de ramos, de ecos de bandas de tambores y cornetas, de luz de Domingo mágico, o no sientas nada especial, pero aun así, no te vayas muy lejos de este bullicio, de esta belleza de pueblo rozándote, que puedes encontrar, recoger, llevarte a casa alguna respuesta cuando veas entre la muchedumbre la humildad de ese paso, de esa borriquilla a lomos de Jesús: un hombre que lleva la pureza de quien no se engaña, la parábola eterna de un sublevado, amor sin nada a cambio, ofreciendo a su enemigo, si le golpean en una mejilla, también la otra, desarmada, desnuda…
Mi niño antiguo se pierde luego conmigo por las calles. Hacemos una parada en la Laurel. Le pido un mosto y me da la aceituna, como siempre.            
©Rubén Lapuente Berriatúa