RECITALES Y ARTÍCULOS

domingo, 5 de abril de 2020

LA MIRADA MATE


Mira que cuesta asomarse, sin prisa, al tiempo arrugado y casi vencido de los ancianos. Si fuéramos críos, nos inclinaríamos hasta restregarnos en el asperón de esa piel, y sin esfuerzo, sin prejuicios, con un amor dulce e inseparable;  hasta nos detendríamos a jugar, con un dedito, a perdernos  por ese laberinto de surcos de sus ajados rostros: pues sí, los extremos aquí se tocan, lo que empieza con lo que acaba se encuentran, se reconocen, se encariñan...Sí, si no eres un niño, mira que cuesta asomarse, sin prisa, a esa edad casi vencida.
Y eso que, a los ancianos, casi les bastaría, que saben que andas como una moto, con que al pasar cada mañana delante de ellos, movieras el aire, olieran quién eres, o si fueran esos que se quedan mirando tanto tiempo lo recóndito,  sería suficiente con que les rozaras, un momento, al pasar, la mejilla, que así retornan a este mundo, despiertan de ese mortal letargo…

Cuando respiran hacen ruido. Cuando comen salpican un poco. Cuando hablan, sueltan a veces algún desatino: “Estás como para internarte”- le dices, pero sonriendo, porque comprendes y sabes que no hieren a nadie, que la vida es un viaje hacia el cansancio, hacia el olvido… Y si pierdes con frecuencia tu tiempo o mejor dicho, si lo ganas, y les sueltas adrede cada día alguna tontería de las tuyas, ya verás cómo se carcajean hasta tener que pararles la tos con una palmada en la espalda.
Tú, ponle siempre, a la tarde, en la tele, el diario de un encuentro. Mejor si hay lágrimas, las de cocodrilo le sirven lo mismo. Bájale de la pantalla sus recuerdos: unas fotos, una película, o un poco de aquella música de antaño, que en su sangre navega siempre una charanga esperando suene la primera nota de una vieja y eterna melodía…Y verás cómo amanece un destello en su mirada mate. Y verás cómo se levanta de la silla y te hace cien veces la zapateta.
Disfrázate de Rey, como para el niño. A esa edad, otra vez, se lo cree todo. Y después, a tus asuntos.
Si tienes que dejarle en una casa grande, en una Residencia, acércate a verle un rato todos los días. Mejor, a la misma hora, para que no se impaciente y no se duerma al mirar tanto la puerta. Si se le cansa la cabeza y busca de almohada su hombro, inclina también la tuya, para que te vea bien, como aquel día que perdido tú en la vida, fijó, sin demora, sus ojos en los tuyos, y te ofreció lo poco que tenía y hasta el último gramo de todo el oro de su tiempo…
Un ratito largo con su mano en la tuya…
Que la caricia de la palma le dura toda la noche. Un ratito largo…
 Y después, a tus asuntos.
                                Rubén Lapuente Berriatúa

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