RECITALES Y ARTÍCULOS

sábado, 9 de marzo de 2024

CENTRO DE DÍA



                                     A la memoria de Manoli
                                       A las trabajadoras del Centro de Día G.B.

Creías que tu vida ya sólo sería una cabeza somnolienta sujeta a una butaca, a su trocito de cielo en la ventana, al ruido de fondo de un televisor. No notabas que la soledad (esa mala compañía) iba haciendo bien su trabajo, desordenando los recuerdos, criando sombras, replegándote.

 Ya son muchos años, piensas, para encararte con los tuyos, demasiados para soportar lo nuevo desconocido. Y mañana ya viene el pequeño autobús. “Al rincón del olvido”, dices entre dientes te lleva, te llevan.

 Y entras medrosa, aturdida, con ganas de desaparecer. Pero poco a poco comienzas a revivir miradas de tu mismo tiempo. Palabras que te suenan como si te las dijeras tú.

 “¿Cuál es tu nombre? Mira, ven. Tenemos un patio con el mismo sol del recreo de aquella escuela nuestra. Tiene una fuente como la de la Alhambra, con sus doce leones de piedra manando todo el día esa eterna canción del rumor del agua. Y un huerto en altares de madera para que juguemos con el milagro de la tierra, y no se nos venza la espalda. Y un campanario con badajo de jilgueros con órdenes de montar la marimorena. Y una banda de gallinas picoteando en el olvidado corral de nuestra infancia. Y dentro, mecedoras con fieles pulgares que no se cansan nunca de acariciarnos el cansancio de la vida. ¿Sabes jugar a los naipes? ¿Y a la petanca? ¿Y al juego de la rana? ¿Has jugado al bingo? Sólo dan caramelos si ganas, pero de los buenos, de los de sabor a cuba libre. ¿Sabes que hay peluquería? ¿Y baile? Que aquí aún hay viejos caballeros que con una reverencia te sacarán a bailar cuando suene esa canción inolvidable. Y siempre están ellas, las de uniforme naranja, que no te dejan dormir ni un minuto en los recuerdos, y como vengas malherida, te alientan hasta que alcances con la punta de los dedos el abismo de un tenedor, o te ayudan a calmar la zozobra de una cuchara, o no paran hasta que cruces el desierto de una baldosa. Y si lo necesitas, siempre serán la fiel esponja de tu diario decoro. Ven, mira…”

 Y al caer la tarde, el pequeño autobús te devuelve a la puerta de tu casa. Y al dejar caer tu ancianidad sobre la cama, lo haces con la alegría de tu nuevo sueño viajando solo hacia mañana: El empeño por destacar, la revancha de la derrota en el juego, la dulce mirada mate que se te olvidó devolver ayer… Y ya no te ovilla la soledad entre las sábanas, duermes boca arriba con los brazos por encima de la cabeza, como a la sombra de un sol de mimbre que te lava la sangre y desenreda la memoria.

 Y al día siguiente, a primera hora, esperas con alegría al autobús. Y al verlo llegar por la calle, antes de levantar la mano y moverla impaciente como si se fuera a ir sin ti, con disimulo, te perfilas los labios de rosa, de muy rosa carmín (¿verdad Manoli?), como si la vida empezara otra vez.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario la Rioja 29/02/2024

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