Mira
ese reflejo contracorriente. Esa luz de lomos plateados. Parece que boga una
esquirla de luna en el río. Mira a su timonel, el que tira de su corazón, es un
héroe, un loco romántico, enamorado.
Ahí
lo tienes con su hatillo desnudo al hombro, dándose sin titubeos la vuelta en
mitad del océano, como si de repente recordara haberse dejado el fuego de la
cocina encendido.
Unos
dicen que escucha en la noche profunda del mar el temblor de una oculta sirena
a rebato del Universo. Otros que le persigue el destello de aquella misma estrella
que le vio nacer. Algunos dicen que tiene memoria del olor o del roce de una gota
dulce de su río, buscándole en su mar adentro.
Míralo,
eligió el más largo e incierto y sinuoso camino a casa. Vuelve a su viejo moisés,
a su niño antiguo, a su arrullo de lana de agua virgen, muy arriba, en lo más
alto del río. Vuelve a sentir a su dios punzándole en la espalda la vieja memoria
de todos sus antepasados. Vuelve al río donde nació. ¡Oh, debe de ser el único del
Universo que sabe a qué ha venido a este mundo!
Vuelve
para tenderse con su hembra en el mismo fresco lecho de freza de sus padres. Vuelve
para florecer en la muerte echando a rodar, río abajo, la rueda eterna de la
vida.
Pero…
¡Ay! En cada quiebro, aguas arriba, le acecha una trampa, un zarpazo, un
furtivo pescador, un azud se levanta en cada trecho del río.
Oh,
salmón salvaje, no llegará a tiempo la Naturaleza a enseñarte con una rama rota
a la deriva saltar a la garrocha tu río de espinas. Ni a tejerte deprisa unas
alitas de plata. Ni ese hombre que manda y ordena la Naturaleza dejará de
varear el agua, ni te pondrá un funicular hasta el remanso del desove, que ya
se ha encargado de adelantarte a destiempo la angustia, la muerte.
Oh,
esa llamada en mitad del océano. Ese volver al viejo rumor del agua de tu cuna merecería
ser sagrado, dejarte cumplir tu sueño, cerrar tu vida, pescarte sin muerte. Deberíamos
en los pocos ríos de Asturias y Cantabria, que ya a duras penas subes, contemplar
tu hazaña desde las orillas, animándote cerrando los puños como si fueras un ciclista
subiendo el terrible Angliru.
De
las granjas noruegas comemos el salmón. Allí, al salvaje, lo cuidan como oro en
paño, respetan su ciclo de vida. Ay, pero aquí lo tenemos en cuidados
intensivos, y además con la desfachatez de tener al pobre campanu (el primer
salmón que se pesca de la temporada), subastado todos los años en abril por
miles de euros a gloria de la carta de un restaurante. ¡Puaf! Solo falta darles
un trofeo tanto al pescador como al restaurador que sonrientes y orgullosos se
fotografían con él muerto en su regazo, sabiendo que se extingue, qué de los
cuarenta y tres ríos, solo quedan ya trece que a duras penas sube nuestro valiente
salmón español.
¿Y cómo nos va a respetar mañana la Naturaleza,
cómo no va a ser vengativa con nosotros, si todo es un engranaje perfecto, y
vamos limando y limando los dientes de la rueda de su paciencia?
¿Adivinas qué especie estorba y sobra en la tierra?
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado en el diario La rioja
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