RECITALES Y ARTÍCULOS

lunes, 22 de julio de 2024

EL UNIVERSO EN UN GLOBO

 


A un simple globo lo he llamado universo. Lo avienta el soplo limpio de mi vecinito Yago, que le pinta dos bizcos ojos de pánico, y que al inflarlo más y más, los veo cómo se van separando, huyendo contrarios por la fina curva de goma. Y mientras sopla que te sopla, me descubre que, quizá, este incomprensible viaje espacial nuestro dentro de un redondo planeta azul, no sería muy distinto al de cualquiera de esos dos pintados ocelos con rotulador. Me revela que la piel de goma del globo, esa membrana estirándose como un chicle, es la manera de andar de nuestro universo. Veo los dos ojos en el globo cómo se alejan uno del otro. Pero no porque se estén moviendo con respecto al globo, que están pegados, sino porque el globo está expandiéndose, estirándose a medida que lo infla Yago. Se alejan los ojos pintados porque el espacio entre ellos, la superficie de goma, se expande. ¡Claro, no se mueven, no crecen, es simplemente la piel del globo que se agranda y agranda! Y no importa en qué punto te pares, si dibujara más ojos o si pusiera pegatinas, si los llamara ahora galaxias, voy a ver que todos los puntos se alejan entre sí. ¡Claro!, el tamaño del universo crece a medida que pasa el tiempo debido a esa fuerza misteriosa del big bang del inicio, que en el globo son los pulmones de mi vecinito. ¡Claro, el aire que insufla Yago, no es parte del universo! Y cuánto más separado estén los dos ojos, (un poco más, Yago, sopla un poco más, que aún no explota) veo cómo más rápidamente se alejan al inflarlo. ¡Y no es porque estén viajando!

Oh, el simple hecho de hinchar un globo pintarrajeado, me da más respuestas que cualquier oscuro tratado de mecánica cuántica o compleja teoría del universo.

Y lo lanzamos al aire. ¡Cuidado, que vamos ahí dentro! -le digo.

Ni el mejor guardameta llega como nosotros: con la coronilla, con las yemas de los dedos, con el trasero, con la punta del dedo gordo del pie izquierdo…

Y siempre rompemos algo en el juego, pero qué casualidad, siempre de lo que yo reniego: hoy, de ese odioso cobarde suicida gato de escayola, siempre al borde del anaquel, siempre asomándose obligado al precipicio, y por fin hecho papilla de caolín por nuestro fuego amigo.

 Pero, ¡ay!, en este infantil juego, quien la pifia, quien se descuida y deja que el globo toque el suelo, pierde y lo paga muy malamente: sin miramientos se le explota frente al paredón de sus mismas narices: se le da matarile, rile, rile.

Y el globo, en un ya sempiterno fingido despiste mío, bota y rebota en el suelo.

Mientras, frente a mi rostro, suspendo el globo por el rabillo del ombligo, mi joven asesino, desternillándose de la risa, se me acerca con el brillo de un alfiler entre los dedos, demorándose encima el muy vacilón en su ya enésimo parricidio…

Yo aprieto los ojos, los dientes, pliego las orejas, encojo los hombros... (¿Mi niñez no es la de Yago? ¿La eternidad no es una tarde con él?) Mientras otro globo, este ya con eco de fondo cósmico, se eleva feliz entre sus labios.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 3/7/2014

1 comentario:

  1. Un texto hermoso y cálido que nos explica las cosas más complejas con el más increíble lenguaje infantil. Felicitaciones.

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