RECITALES Y ARTÍCULOS

jueves, 6 de junio de 2024

HORMIGAS

 


Por ahí andan debajo de una conocida piedra de mi jardín. La levanto muy lentamente, y las veo cómo entre sábanas de tierra aún remolonean. Aquí, en Cameros, todo es más lento, más tardío. Estarán en lo de sacar la patita o asomar la cabeza por la escotilla del hormiguero, por si todo ha vuelto ya otra vez. Buen negocio hibernar para las hormigas: envejecen jóvenes, no son por un tiempo esclavas del estómago, retrasan el deambular en la selva del comer y ser comidas o violentadas. Algunos humanos, los más frioleros y con crujir de huesos, y no digamos los que padecen el Síndrome de Grinch: esos que no saben cómo sobrevivir a la Navidad, se apuntarían a ciegas a ese letargo suyo de echarse una larga siestecita y desaparecer…

Cada verano entran en mi casa: El año pasado a mansalva por la rendija de la puerta. Es el aire quien les lleva el aroma del cerco de miel y de mermelada que queda en la cadera de cristal de los tarros, o el dulce olor de las mondas de fruta en la bolsa de basura, o la fresca caricia de las húmedas alas del fregadero, o les llega el temblor de unas pequeñas migas de pan al caer de la mesa, o el estertor de un insecto que llevarán luego en andas con el fervor febril de un Nazareno con la cruz a cuestas.

Sé que se comunican con sus antenas: ahí tienen el olfato y, sin nariz, las mueven segregando feromonas para encontrar y seguir el rastro de cualquier aroma errante. Aún no he levantado una barricada en la rendija de la puerta, pero estoy alerta cuando empiecen ese diario peregrinar hacia la catedral de mis fogones.

Para no matarlas, este año voy a colocar en alacenas y cajones hojas de laurel, canela, pimienta negra, dientes de ajo... Rociaré el umbral de la puerta con vinagre, que así no les llegue ni un tibio efluvio del aliento de mi cocina.

Mira, ahora salen. Van ligeras, pizpiretas. Sé dónde tienen el escondrijo, pero no tendrán nunca más su holocausto de agua hirviendo, que, como con las abejas, sin las hormigas la tierra sería más pobre, menos fértil.

Y a esa hilera de obreras negras les bajo un momento la traviesa barrera de mi mano: Las desoriento, las extravío (joder, como si la vida no les fuera ya dura, como si el espectro de una vieja sotana o de un sargento chusquero volvieran ahora a darme a mí un pescozón o un grito cada vez que no guardo el orden de cualquier fila). Otra columna entra ya con pinzados fardos de jugosos fiambres: Génesis gemela nuestra: cubil sin lucera, y batida diaria por un bocado que la campana del estómago les repica puntual al alba. Retiro mi mano y la fila se restablece. De pronto, una deserta de la hilera. Ahí, parada, abstraída, con la cabeza alta (sí, hormiguita, solo somos una breve mirada en el tiempo) la sueño como a una deslumbrada pastorcilla negra, como si mi mundana aparición fuera su mágica llamada divina… Pero no, baja la cabeza, y tozuda vuelve otra vez al instinto del orden en la larga hilera…

Todavía no me mira, como yo estrellas.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 23/5/24

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