RECITALES Y ARTÍCULOS

domingo, 6 de noviembre de 2022

BOLSILLO ROTO

 Yo venía de la huérfana soledad del silencio, tirado en su cita conmigo en un rincón de la casa, buscando una metáfora o la palabra que encajara en el puzzle de un poema, o esa idea que nace de pronto, y hay que agarrarla como sea, de donde sea, que como viene se te va volando.

 Venía, e iba a ese cuarto suyo, el de hilandera, el de las tardes de mi mujer, cuyo ruido de fondo, antes de entrar, me recuerda algo al de un bar donde alguna vez he desplegado mis bártulos sobre una pequeña mesa, y envuelto en ese runrún de las voces, he encontrado acodadas a su cálida barra, esas evocadoras musas, que, a veces, logran dictarte lo que el silencio y la soledad te regatean.

Entro, y oigo el frénico rumor del pedaleo de su eléctrica rueca en el soniquete del desfile de sus puntadas exactas, y en ese ambiente crispado veo difícil que estas otras musas modistillas cosan las palabras, los versos, hilvanen los renglones de una historia a medida,  difícil que se suban a las barbas de las de un cálido bar, menos estridentes, infinitamente más reveladoras.

Y me quedo un rato haciendo como que escribo con mi pequeño ordenador, junto a sus labores, frente a sus criaturas. Y me enseña el arrullo que está haciendo para el futuro bebé, aún en ciernes, aún del tamaño de un colibrí, de su compañera de trabajo Viviana, o el faldón para la hija de Elena, otra compañera, que ya ha salido de cuentas, faldón de piqué al que en un santiamén le borda un ramo de rosas de profunda y oscura belleza, y con un tono distinto en cada una de ellas.

Me enseña cómo va la alfombra de almazuelas para nuestro dormitorio: ni lavándome los pies con una libra de perfume de nardo puro merecería pisarla, le digo.  

Hasta que, extrañada, dándole un palmotazo a la máquina de coser me dice: ¿Pero, a ver, tú, Darío, a qué has venido aquí, me creo que a escribir algo oyendo a esta ametralladora mía?  

Ya casi se me olvidaba, que yo había cruzado la puerta de su cuarto de costura, tímidamente, sólo para otra cosa, para no oír más el tintín de mi manojo de llaves cayendo por el tobogán de mi pernera, que tengo un socavón en el bolsillo. Y qué vergüenza no saber ni enhebrar una aguja. Me daba corte decírselo al ver cómo maneja todos esos vestidos, orfebre ella del hilo y la aguja, para luego mirar mis torpes manos en ese continuo alado tamborileo sobre el alfabeto de las teclas. Manos sólo para unir palabras, manos de pianista sin piano, manos para la risotada de una pitonisa, que de no haber hecho nada mundano, ni con una lupa les encontraría un sencillo caminito de hollada memoria.

Mientras veo cómo sus manos cosen la herida al bolsillo del pantalón… “Le haré doble costura, que tienes más llaves que el  carcelero de las Mazmorras”, no se da cuenta, que por dentro de mí, avergonzado, no sé dónde meterme.

 Rubén Lapuente Berriatúa

mi otro blog         http://rubenlapuente.blogia.com/

jueves, 9 de junio de 2022

EL FUTBOLÍN O EL HIJO DE LA GUERRA

No sé si es un defecto mío, pero yo nunca he querido madurar muy deprisa, que así envejece uno mucho más rápido, y entonces, no te quepa duda, te mueres más joven. Semejante boutade la solté el otro día, cuando, al darme un capricho, alguien se atrevió a tildarme de extravagante, de superfluo. Y con esa sorpresiva y quizá memez  frase, dejé a mi fiscal de turno, aturullado y ojiplático, intentando descifrarla como si contara con los dedos.

Y fue por regalarme un futbolín, de los de antes, de esos que vienen con su viejo olor y clamor de humeante tugurio. Y lo compré para engañarme a mí mismo, para creerme que se alarga mi vida, para que la parca se torne perezosa, se entretenga con este fragor que viene intacto del pasado, y no me mire tan fijamente, que en ese garito de mi cuerpo en el que vive, me llame, o la llame yo algún sábado para jugar una partidita, y como otra boutade mía, apueste algo con ella, y por qué no una tregua o posponer su cita, que nunca me va a decir que no. Además como buen anfitrión, tengo siempre la deferencia de dejarla primero elegir el equipo de sus entretelas, que debajo del raído sayón negro, gasta camiseta merengue.

Es un hijo de nuestra guerra civil. De un gallego. De un muchacho, Alejandro Finisterre se llamaba, que bajo los tejados de Madrid se apretaba los ojos refugiándose en sus mismos brazos, cuando el azar de su vida viajaba por el cielo en uno de esos silbidos de racimo de muerte. Uno cayó terrible en el tejado de su casa, y de la panza de los escombros, salió aquel joven hacia un hospital de sangre, donde le hicieron un hueco en el corro de chiquillos y muchachos tullidos. En esos años de nuestra guerra, la cabalgata de los reyes magos se fue caminito del frente cargada de fusiles, municiones, y espoletas. Les dejaron  algún recortable: diorama de escenas bélicas, soldados republicanos de plomo que levantaban el puño en alto, juguetes bélicos para quienes no disparaban ni en los sueños, pero no llevaban en sus alforjas ni un triste balón para tullidos. Y reconcomido de no poder patear ni un rebujo de trapos, a nuestro joven gallego renco se le encendió una luz de maqueta de cancha de futbol sin graderío, de futbolín.

Un hijo de la guerra para entretener a esa pandilla de mutilados que ha recorrido todo el planeta hasta llegar también a esta buhardilla en la sierra de Cameros.

Deslizo tímidamente una bola, y hay algo sin edad que se me despierta, junto a un olor oculto que viene de los viejos billares, con su eterno trazo de taco de tiza azul, y envuelto en un césped de madera siempre recién cortado. Todo con un ruido de fondo de garito, que evoca aquellos años de cuando entrábamos en la humeante boca de la vida, con la eclosión de la abrileña y temblorosa flor de la carne.

 A mi mujer ni le molesta un ápice el fragor que monto alguna noche, arriba, yo solo con la del traje negro con estampa de esqueleto merengue, porque cuando bajo del desván, sin perder en los labios su sonrisa de luna, siempre me dice lo mismo:

“¿Quién ha ganado, esposo?”

Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja el 7/05/2022



lunes, 2 de mayo de 2022

DESAHUCIO

 


Hoy, después de unos años, me ha visto por la calle. Iba sola. Me ha reconocido con mascarilla y todo. He dudado hasta que se ha bajado la suya hasta la barbilla “¿No sabes quién soy?”

En esta historia ella me parecía la más débil, pero ahí está, aguantó la embestida, la peor, cuando el puñetazo de la vida creía yo que no la dejaría nunca más levantarse.

Recuerdo las últimas madrugadas con el ascensor para arriba, para abajo. Las ventanas abiertas sólo para poder respirar dentro. El eco del último portazo. Los alambres del patio sin sus pinzas de colores. Y la indiferencia mía (maldito trajín de la vida) cuando la crisis financiera dejaba tantas paredes sin memoria. Recuerdo que sólo fui una cobarde mirada entre visillos a una furgoneta de mudanzas en la calle.

Al irme, le di un abrazo, y me vino rabioso aquel otro, el que olvidé cuando yo tan sólo estaba al otro lado de la pared…

 

“¿Garantía?  Hijo, sólo tenemos esta casa. Aunque con tal de verte salir adelante. Es un buen producto. Con maquinaria moderna, fieles trabajadores, una buena imagen, el éxito lo tienes asegurado. Hasta yo podría ser el Presidente de Honor. A mis años, sólo a figurar, ¿eh?, no te vayas a creer…Y le daría el aire a ese viejo traje del armario. Claro que te avalaríamos, hijo. Con tal de verte salir adelante.

 

¿El producto? ¿Te lo copiaron? ¿Más barato? ¿La mitad de la mitad?  ¿Tanto? ¿Pero quién? ¿Un desaprensivo? ¿De aquí? .Claro, entiendo, compra la mercancía en una tienda, y luego son esas espigas de Oriente las que hacen el trabajo sucio, esas que huelen a esclavitud.

Pero, entonces, ¿si el dinero está en algo que no se mueve, no habrá liquidez, no, hijo? ¿Y los plazos? ¿Los intereses? Habla con el banco, un aplazamiento… ¿Qué no te lo dieron? Pero si no nos dijiste nunca nada. Ah, claro, por mamá. Oh, Dios mío ¿Entonces? ¿La casa?   ¡Ah!  Firmamos hace días una carta, sí, pero bueno, a mis años, ni quise acabar de entenderla. Casi ni la leí. Cómo iba a sospechar algo. Creía sería un puro formulismo… ¿Entonces? Pero, ¿cómo se lo dices a mamá? Oh, no, no, no te preocupes, ya lo hago yo. Siempre hay una manera de suavizar las cosas, aunque son demasiados recuerdos para ella, y abandonarlos así, tan de golpe…  

¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer? Podríamos irnos los tres, a un apartamento pequeño, sin gastos. Apoyarnos. Mi pensión, ya sabes, es tan…Ah, que te vas de la ciudad. Claro, lo entiendo, hijo. Empezar otra vez de cero: otro lugar, otra gente, sin ataduras. Aún eres joven. Seguro que encuentras algo. Ya nos llamarás. Lo malo es tu madre. No, no te preocupes, ya te he dicho que se lo diré todo yo. Siempre hay otra manera de contar las cosas. Aunque para ella son demasiadas vivencias para abandonarlas así tras un portazo, y tú, aunque la conoces bien, tú no sabes lo que puede ser el espanto en sus ojos…

Pero haz tu vida, hijo, haz tu vida. Ya nos apañaremos como sea.

 ¡Con tal de verte salir adelante!”

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 9 de abril de 2022



sábado, 2 de abril de 2022

ANDREA

 


Andrea, que son ya las nueve. Que no has subido la verja. Pero, ¿qué te pasa? ¡Pero si ni has horneado el pan! ¡Que nos viene toda la marea del barrio, Andrea!

No mujer. No me llores aquí. Pero, ¿qué te pasa? ¿Qué? ¿Que no sabe si te quiere? Andrea, que esto es un negocio. Deja para otro sitio el desamor ¿Que no se te pasa? Dile que si tiene que romperte el corazón que te lo rompa ya. Que deshoje de una vez su margarita.

Oh, cómo vas a ser poca cosa, Andrea. Ay, si viniera aquí. Si viniera mucho antes de tu hora. De incógnito. Si yo le enseñara en las cámaras cómo buscan esa joven mirada tuya, la que les hace empezar a quererte, o esa sonrisa eterna que tienes, que vende Andrea, que vende. Que sintiera tu alegría. Tu fatiga de horas de pie. Tu firmeza y elegancia con lo rapaz. Tu mano de niña hada que no coge las cosas sino que las acaricia, Andrea, las acaricia. Lo que vales. Que en tu descanso, le sonara el móvil, tu llamada. Enseguida la tomaría, seguro, para llevar en volandas con su voz, tu cansancio. Que se enamorara aquí de la que no conoce. Aquí maduraría su amor, aquí, Andrea.

Ya me gustaría a mí tener tus años para tirarte los tejos…

La verja, levanta la verja, Andrea. Venga. Ésa no, aún ésa no. La de tu estima, la de tu alegría de siempre primero…

Es Andrea, una de las chicas de El ángel. La que antes de ponerse el uniforme amarillo reparte sin más los abrazos que quieras. Y te cuenta lo que quizás tú te guardarías por creerlo demasiado íntimo:

Que si su chico se le declaró (por fin) doblándole sólo para ella las campanas de la iglesia de Igea, que de recolocar los nidos de cigüeña en los tejados de Dios de toda La Rioja, se gana ahora la vida. Que la suerte le ha regalado un huerto urbano y que todos los días se acerca por si ya despunta la bayoneta verde de sus lechuguinos soldados. Que no pega ojo por un perro del barrio, que no hay manera de acercarle, de tan apaleado, ni un trozo de pan duro…

 Y mientras te lo cuenta, te crees que desayuna sorbitos de zumo de cielo, por lo de transparente, por lo de no correr nunca la cortina de sus entresijos.

Hasta hace bien poco venía a trabajar a lomos de su bicicleta malva, y la aparcaba en la misma trastienda, que como la había carenado tan vintage, tan del color de la novia del viento, atada a una farola o a un árbol de la calle, cualquier manilarga brisa loca se la habría birlado. Pero ahora viene a pie al trabajo, que prefiere pasear por las calles un atracón diario de vida que le ha florecido en el vientre. Y su felicidad nos la mide en centímetros. Que saca cada día delante de nosotros el metro amarillo de modista, para cerciorarse  de que ese milagro escondido, crece y crece…

Oh, pero el lunes, sobre la mesa de la oficina, me dejaron un parte médico de baja. Y al leerlo fue como si me asomara a un oscuro pozo  por donde se pierde para siempre ese saquito de viento de harina y agua y fuego que es la vida…

Me dolerá buscarle los ojos cuando vuelva.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado el 19/03/2022 en el diario La Rioja

Mi otro blog  http://rubenlapuente.blogia.com/


miércoles, 16 de marzo de 2022

LA GLICINIA DEL GRAN HOTEL

 


Desde mi calle quizá te parezca sólo una pincelada esmeralda en la piedra. En invierno quizá un esqueleto de ramas dormidas. Y nada más. Claro. Tú no puedes sentirla. Tú no has visto a la mía de niña trepar el muro de piedra por la maraña de muletas de alambre que le tejí. Tú no la has visto sobrevivir a la soledad de la nieve helada.

Y tiene reina madre, está sobre la verja de hierro forjado del antiguo Gran Hotel, en el Espolón. Por esa calle, en aquel tiempo, íbamos los jóvenes, acera arriba, acera abajo, y esa eterna enredadera fue bandera de nuestras miradas furtivas, de nuestros primeros amores y desamores…

 Y que fácil fue años después enraizar una pequeña rama suya, dulcemente robada. Yo la veía crecer al pie del muro de mi casa de El Rasillo y no dejaba de mimarla. En el invierno acolchaba su jergón con la melancolía de sus hojas de otoño muertas. Y en febrero, la podaba como aguzaría un orfebre el amanecer de un diamante. Pero ni a la de tres florecía. Y qué de primaveras yermas me dio. “¿Otro mayo sin florecer? ¿Es que no te encuentra esta tierra arcillosa de Cameros tu acuarela? ¿Ni el temblor de un aroma gatea por tu savia? ¡Maldita suerte!” - le decía.

Crecía sí, pero nadie la invitaba al baile anual de la primavera. Nunca le llegaba a tiempo su vestido malva de faralaes. Pero yo no sabía, impaciente de mí, que para florecer necesitaba tiempo. Yo no sabía los años que tarda en hacerse muchacha en flor, en colgarse de las orejas verdes sus pendientes de racimo, en encontrar la alquimia del perfume de la aurora en la tierra, y sacarse el primer billete en el largo tren del viento… 

Hasta que un día, oh milagro de la primavera, mil y una gemas comenzaron a despuntarle por las ramas, para luego, cortesana, ofrecer su vulva de pétalos violetas a la codicia de todo un bosque.

Y delicada y sensible sabe medir el tiempo. Sabe elegir con presteza de su armario ropero, lo mejor para el ambiente de cada estación. Y lucha por su primogenitura, por su plato de legumbre de cielo azul. Y cocina su propio alimento. Y si en los días de su esplendor, yo la pellizco un tallito con la uña como una zalema, es porque sé que tiene vida secreta, inteligencia verde. ¿Quién puede negármelo? Si se mueve, si se quiere, si se maquilla en la coqueta de la Naturaleza, si para perpetuarse, para sobrevivir, necesita hacerse bella.

Ahora ya luce galones de capitana. Su riada verde ya corona el muro de la casa. Ya es parte de ella: marco del zaguán, blusa verde de la piedra, paisaje desde mi cama…

 A caballito de la verja del antiguo Gran Hotel la tenemos los logroñeses como herencia (que no nos la quiten), o en el muro de mi casa una hija suya.

Ojalá ya no la mires sólo como un saco de hojas o como una pincelada verde en la piedra. Quizá sientas tú lo mismo por algo pequeño, ¿sin importancia?

Quizás creas como yo, que vivir es ver crecer lo que amas.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja el 5/03/2022