RECITALES Y ARTÍCULOS

martes, 22 de enero de 2019

SÁBANAS DE LUZ



Cada noche,
mis rodillas levantan
una montaña
vacía:
bóveda de otro
planeta.
Bajo ese cielo
de sábanas de luz
mi hijo trenza
su niñez entre
mis piernas.
Le pone en guardia un lejano zumbido
de aviones en mi boca
mientras mi kamikaze
mano enemiga vira
hacia su escondite:
una loca algarabía
de aspavientos y risas.

Luego,
ya en su reino,
en su guarida,
con zancadas de índice y corazón
en zapatillas,
a un grito mío
huimos de un gigante
por la empinada
ladera de mi pierna:
encrestada espalda
de un dragón que
refunfuñando
se despierta

Al hundir sus dedos
en la trampa
de mi ombligo
de pronto todo
tirita
“Pero, ¡corre que es el cráter
de un volcán,
corre, que estalla, que nos
coge la corriente  
de su río de viva
lava!”
Y cruzamos
sin un rasguño
el bosque
oscuro de mi pecho
con dibujos
de ojos de fieras
que parpadean
con serpientes con unos
de tiza en las pupilas
silbando siseantes
entre los rizos de mi espesa jungla…

Antes
de alcanzar
la combada ribera
de luz
de la sábana
en el refugio
del bolsillo alto
de mi pijama,
índice y corazón
ya en mecedora,
me parlotea
tranquilo
en esa lengua virgen:
gorjeo de luz del paladar niño
que me deslumbra…

Y todo hasta que
una voz cálida
y firme de mujer
cada noche
repetida, echa abajo
nuestra sábana
celeste,
hiriendo a mi hijo
de sueño,
despertándome
a mí
de la niñez  y…
      ay
retornándome 
a esta otra vida…
hasta mañana.
             ©Rubén Lapuente Berriatúa

sábado, 19 de enero de 2019

EL BIG BANG


A un simple globo lo hemos llamado Universo. Lo avienta el soplo limpio de mi hijo que le pinta una narizota y dos bizcos ojos de pánico, y que al inflarlo más y más, los ves cómo se van separando, huyendo contrarios por la fina curva de goma como perdidos soles errantes…
Y mientras sopla que te sopla, me descubre que, quizá, este incomprensible viaje espacial nuestro dentro de un globo azul, no sería muy distinto al de esos dos pintados ocelos con rotulador; me da por pensar, lo vislumbro, que se encontrarían a sus espaldas si la piel de este cosmos de goma se estirase inagotable al aliento perpetuo de mi niño dios. El simple hecho de inflar un globo pintado, me da más respuestas que cualquier oscuro tratado de mecánica cuántica o compleja teoría del Universo.
Y lo lanzamos al aire. ¡Cuidado que vamos ahí dentro! -le digo.
Ni el mejor arquero llega como nosotros: con la coronilla, con las yemas de los dedos, con el trasero, con la punta del dedo gordo del pie izquierdo…
Y siempre rompemos algo en el juego, pero qué casualidad, siempre de lo que yo reniego: hoy, de ese odioso cobarde suicida gato de escayola, siempre al borde del anaquel, siempre asomándose obligado al precipicio, y por fin, colateralmente dañado: hecho papilla por nuestro fuego amigo…
 Pero… ¡ay!, en este infantil juego, quien la pifia, quien deja que el globo toque el suelo, lo paga muy malamente: se le explota sin miramientos frente al paredón de sus mismas narices: se le da matarile, rile, rile.
Y el Universo, en un despiste, bota y rebota en el suelo.
“Papito, tienes menos reflejos que el gato de yeso -me dice mi cancerbero enano…
Mientras frente a mí, cara a cara, suspendo el Universo por el rabillo de su ombligo, mi joven verdugo, desternillándose de la risa, se me acerca con el brillo de un alfiler entre los dedos, demorándose encima el muy vacilón en su ya enésimo parricidio…
Yo aprieto los ojos, los dientes, pliego las orejas, encojo los hombros... (¿Mi niñez no es la de mi hijo? ¿La eternidad no es una tarde con él?), mientras otro Universo, ya con eco de fondo cósmico, se eleva feliz entre sus labios.


            ©Rubén Lapuente Berriatúa

viernes, 4 de enero de 2019

REGALO DE REYES



La peonza. Lo más banal. Casi nada. La encontré al vaciar la casa cerrada por la muerte de mis padres. Es la mía. Tiznada. La toco y me quema la savia de sus días azules. Tiene vida. Ocho años más joven que yo. Aún con limaduras de apretado color de lapicero de mi mano infantil. Son mis huellas. Bajo el agua la limpio de sombras, primero. Le abro las ventanas. La seco. Es la mía. Llena de tumbos de niño. De vitola de tirones de zumbel. En la piel de loza de mi palma, estirada, bailaba hasta emborracharse. Es la mía. Tiene mis huellas. Y me la llevo a un estante de la casa. Y todo lo de a su lado, se empequeñece. Tiene entraña. Y recupero  algo que me mira. Ya, a alguien, que comparte conmigo, la misma herida del tiempo.
©Rubén Lapuente Berriatúa
El 14 de enero en el hogar de Lardero. La Rioja C/ Marqués de la Ensenada, 6, a las seis de la tarde hablaré de esas pequeñas historias del corazón que deberíamos atrapar en la cárcel de un papel antes de que el hilo de la memoria, tan frágil a partir de cierta edad, nos juegue una mala pasada…. La memoria, nuestra patria, nuestro paraíso, nuestro refugio. Sin ella no somos nada, ni nadie.