RECITALES Y ARTÍCULOS

miércoles, 16 de marzo de 2022

LA GLICINIA DEL GRAN HOTEL

 


Desde mi calle quizá te parezca sólo una pincelada esmeralda en la piedra. En invierno quizá un esqueleto de ramas dormidas. Y nada más. Claro. Tú no puedes sentirla. Tú no has visto a la mía de niña trepar el muro de piedra por la maraña de muletas de alambre que le tejí. Tú no la has visto sobrevivir a la soledad de la nieve helada.

Y tiene reina madre, está sobre la verja de hierro forjado del antiguo Gran Hotel, en el Espolón. Por esa calle, en aquel tiempo, íbamos los jóvenes, acera arriba, acera abajo, y esa eterna enredadera fue bandera de nuestras miradas furtivas, de nuestros primeros amores y desamores…

 Y que fácil fue años después enraizar una pequeña rama suya, dulcemente robada. Yo la veía crecer al pie del muro de mi casa de El Rasillo y no dejaba de mimarla. En el invierno acolchaba su jergón con la melancolía de sus hojas de otoño muertas. Y en febrero, la podaba como aguzaría un orfebre el amanecer de un diamante. Pero ni a la de tres florecía. Y qué de primaveras yermas me dio. “¿Otro mayo sin florecer? ¿Es que no te encuentra esta tierra arcillosa de Cameros tu acuarela? ¿Ni el temblor de un aroma gatea por tu savia? ¡Maldita suerte!” - le decía.

Crecía sí, pero nadie la invitaba al baile anual de la primavera. Nunca le llegaba a tiempo su vestido malva de faralaes. Pero yo no sabía, impaciente de mí, que para florecer necesitaba tiempo. Yo no sabía los años que tarda en hacerse muchacha en flor, en colgarse de las orejas verdes sus pendientes de racimo, en encontrar la alquimia del perfume de la aurora en la tierra, y sacarse el primer billete en el largo tren del viento… 

Hasta que un día, oh milagro de la primavera, mil y una gemas comenzaron a despuntarle por las ramas, para luego, cortesana, ofrecer su vulva de pétalos violetas a la codicia de todo un bosque.

Y delicada y sensible sabe medir el tiempo. Sabe elegir con presteza de su armario ropero, lo mejor para el ambiente de cada estación. Y lucha por su primogenitura, por su plato de legumbre de cielo azul. Y cocina su propio alimento. Y si en los días de su esplendor, yo la pellizco un tallito con la uña como una zalema, es porque sé que tiene vida secreta, inteligencia verde. ¿Quién puede negármelo? Si se mueve, si se quiere, si se maquilla en la coqueta de la Naturaleza, si para perpetuarse, para sobrevivir, necesita hacerse bella.

Ahora ya luce galones de capitana. Su riada verde ya corona el muro de la casa. Ya es parte de ella: marco del zaguán, blusa verde de la piedra, paisaje desde mi cama…

 A caballito de la verja del antiguo Gran Hotel la tenemos los logroñeses como herencia (que no nos la quiten), o en el muro de mi casa una hija suya.

Ojalá ya no la mires sólo como un saco de hojas o como una pincelada verde en la piedra. Quizá sientas tú lo mismo por algo pequeño, ¿sin importancia?

Quizás creas como yo, que vivir es ver crecer lo que amas.

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja el 5/03/2022