Andrea,
que son ya las nueve. Que no has subido la verja. Pero, ¿qué te pasa? ¡Pero si
ni has horneado el pan! ¡Que nos viene toda la marea del barrio, Andrea!
No
mujer. No me llores aquí. Pero, ¿qué te pasa? ¿Qué? ¿Que no sabe si te
quiere? Andrea, que esto es un negocio. Deja para otro sitio el desamor ¿Que no
se te pasa? Dile que si tiene que romperte el corazón que te lo rompa ya. Que
deshoje de una vez su margarita.
Oh, cómo vas a ser poca cosa, Andrea.
Ay, si viniera aquí. Si viniera mucho antes de tu hora. De incógnito. Si yo le
enseñara en las cámaras cómo buscan esa joven mirada tuya, la que les hace
empezar a quererte, o esa sonrisa eterna que tienes, que vende Andrea, que
vende. Que sintiera tu alegría. Tu fatiga de horas de pie. Tu firmeza y
elegancia con lo rapaz. Tu mano de niña hada que no coge las cosas sino que las
acaricia, Andrea, las acaricia. Lo que vales. Que en tu descanso, le sonara el
móvil, tu llamada. Enseguida la tomaría, seguro, para llevar en volandas con su
voz, tu cansancio. Que se enamorara aquí de la que no conoce. Aquí maduraría su
amor, aquí, Andrea.
Ya
me gustaría a mí tener tus años para tirarte los tejos…
La
verja, levanta la verja, Andrea. Venga. Ésa no, aún ésa no. La de tu estima, la
de tu alegría de siempre primero…
Es
Andrea, una de las chicas de El ángel. La que antes de ponerse el uniforme
amarillo reparte sin más los abrazos que quieras. Y te cuenta lo que quizás tú
te guardarías por creerlo demasiado íntimo:
Que
si su chico se le declaró (por fin) doblándole sólo para ella las campanas de
la iglesia de Igea, que de recolocar los nidos de cigüeña en los tejados de Dios
de toda La Rioja, se gana ahora la vida. Que la suerte le ha regalado un huerto
urbano y que todos los días se acerca por si ya despunta la bayoneta verde de sus
lechuguinos soldados. Que no pega ojo por un perro del barrio, que no hay
manera de acercarle, de tan apaleado, ni un trozo de pan duro…
Y mientras te lo cuenta, te crees que desayuna
sorbitos de zumo de cielo, por lo de transparente, por lo de no correr nunca la
cortina de sus entresijos.
Hasta
hace bien poco venía a trabajar a lomos de su bicicleta malva, y la aparcaba en
la misma trastienda, que como la había carenado tan vintage, tan del color de
la novia del viento, atada a una farola o a un árbol de la calle, cualquier manilarga
brisa loca se la habría birlado. Pero ahora viene a pie al trabajo, que prefiere
pasear por las calles un atracón diario de vida que le ha florecido en el
vientre. Y su felicidad nos la mide en centímetros. Que saca cada día delante
de nosotros el metro amarillo de modista, para cerciorarse de que ese milagro escondido, crece y crece…
Oh,
pero el lunes, sobre la mesa de la oficina, me dejaron un parte médico de baja.
Y al leerlo fue como si me asomara a un oscuro pozo por donde se pierde para siempre ese saquito de
viento de harina y agua y fuego que es la vida…
Me
dolerá buscarle los ojos cuando vuelva.
Rubén
Lapuente Berriatúa
publicado el 19/03/2022 en el diario La Rioja
Mi
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