RECITALES Y ARTÍCULOS

viernes, 23 de agosto de 2019

ETERNA HERIDA ABIERTA



dos voces en la cocina…

¿Cuántos años han pasado, hermano? ¿Tantos? Oh. Y sigue ahí, ahí…
Es como una mala costura en el corazón, ¿verdad?
A veces toma un billete de vuelta hacía mi sol de noche.
El horror, el horror que conoce el camino de regreso, hermano, y no sabe acunarlo el tiempo, ¿verdad?
No hay lanceta que no vuele temblando sobre esa astilla enquistada…
¿Y a ti? ¿Te pasa a ti también?:
El silbido del vértigo en el entresueño ¿no? La silueta en el patio entre los alambres de la ropa tendida, no se borra, ¿no hermano?
Y la recuerdas como a través de un rayado cristal.
Y ni abres las hojas del álbum por si el azar te juega una mala pasada…
Es el mismo deje en el corazón, hermano, el mismo.
¿Cuantos años han pasado?… ¿Tantos?
¡Ay!  ¡Ay de nosotros!
        ©Rubén Lapuente Berriatúa

jueves, 15 de agosto de 2019

ANDREA, LA CHILENA



Se llama Andrea, “la chilena”. De la mano de mi hijo vino a nuestra casa, a conocer La Rioja.
Nostálgica. Sedienta. Loba en celo de su tierra lejana. No sabía que yo tenía la luz, el paisaje, el perfume, la fuente suya: ese trozo que le faltaba, que le ayudara, en su ya largo destierro en España, a combatir esa ansiedad de la añoranza de quien, como un árbol, nace, vive, y muere en la misma tierra…
Llévatelo. Ya me lo devolverás antes de que regreses a ese bello largo pétalo de mar tuyo, a tu Chile - le dije.
Lo abrazó como a su vieja muñeca de trapo. Se lo llevo al corazón de los labios como cuando tú te hundes en la profundidad de una rosa.
Bajo la luz de su mesilla, cada noche, seguro que fue siempre la  última estrella en apagarse.
Se llama Andrea, “la chilena”. Y es sencilla como si partieras el pan. Bella como una manzana sonrojada. Como un silencioso mineral que centellea, mágica.
Ayer volvió a nuestra casa de El Rasillo, sólo a despedirse, (¿para siempre?). Un abrazo muy largo con mi mujer…Y bajo el verde arco de la glicinia del zaguán, al hacerle yo una fotografía de perfil, me dijo, tímida, turbada, que su boca era indígena, como disculpándose, como si creyera que no iría a quedar muy bien, como si fuera algo que habría de ocultar… 
Oh, Dios mío, esa raíz tan pura quisiera yo para mi boca, le dije.

Andrea, marinera de ese largo navío chileno, ahora rumbo Puerto Montt, a reencontrarse con su abandonado y amado latido.
En mi mano, de pañuelo, agitaba yo el trozo que le faltaba:
Era un ramillete de hojas de papel. Era un libro de poemas de Pablo Neruda.
©Rubén Lapuente Berriatúa
           Publicado en el diario La Rioja 10/08/2019