RECITALES Y ARTÍCULOS

jueves, 19 de octubre de 2023

VAMOS CAYENDO

 


Fue hace pocos años, bajé a la ciudad, y al pasar por la calle once de junio, otra vez estaba la verja bajada, la tienda de las lámparas de mi amigo Fernando en penumbra. El barrio como sin su lucero. Frente a la luna sucia del escaparate, le llamo al móvil. “¿Qué tal Fernando?, no te quiero molestar, ¿cómo vas?”  Me dice que esa alimaña ciega tiene memoria. Sabe el camino de regreso. Que otra vez tiene que fajarse con su sicario, ponerse a lavar y planchar cada semana en el box del desasosiego, su cuerpo hecho ya un trapo viejo. Mientras me habla de que lo suyo no tira para adelante, la mariposa de mi cabeza vuela de un pupitre (me acuerdo de cuando el Sotanas se quitó las gafas, y por lo bajines le dije a Fernando que ya se podía copiar: levantábamos la tapa del pupitre, y teníamos ahí el libro abierto, pero el matón y cegato marista recobraría la visión, porque Fernando se llevó  tal somanta de palos, que aún hoy me duele a mí, salvado por llevar gafas y poner ojillos de cordero degollado), a una estela de muchachas en flor entrando en nuestro chamizo, los topos, que nos daba un boleto a la libertad aunque solo fuera una semana de viaje en el tiovivo de San Mateo(un día, al venir los inspectores, y ver aquello tan lúgubre, tan pecaminoso, al no verse lo que había detrás de la pared de cañizo, nos dijeron que volverían al día siguiente a cerrarlo si no quitábamos las candilejas, y de una patada de rabia, delante de ellos, tiramos la inmoral penumbra al suelo. “Así está bien, ¿no?”, luego, al irse, levantamos el pecado, y aún hoy(buenos chicos), los estamos esperando.) Le doy ánimos, y al colgar, de pronto, inesperadamente, dentro de la tienda cerrada, en penumbra, veo su silueta subiendo al altillo: estaba ahí dentro, a oscuras, a unos metros de mí…Y como si me fuera a hacer daño el abrazo, como si tuviera él ya bastante, como si el dolor tuviera que verse desde la barrera, o no sé yo por qué, retrocedí cobardemente, y no repiqueteé en la luna del escaparate para que supiera que estaba ahí, para abrazarle…

   De pronto, a uno se le caen las cosas, las de dentro, las que creía irrompibles, las que pensaba no mudan nunca: Unos ojos, un gesto, una voz, un abrazo, un asiento a su orilla, un aire hermano. Y tienes que beber dolor de muchacho que por el bordillo de la acera hacía equilibrios contigo camino a casa. Detenerte frente al vértigo del dolor de un hueco de madera, hasta derramar esas lágrimas redondas, a solas, esas que mojan el suelo.

Ahora, para que Fernando no se me muera, paso a menudo por la calle once de junio, y me paro frente a la luna del escaparate de su tienda de lámparas, y aunque ya hay otro rótulo, otro negocio, algo milagroso pasa, como si Fernando viviera, y solo se hubiera escondido, porque sin llamarlo de la memoria, se asoma, sale de su escondite feliz a ver su lucero…

“¿Quiere entrar, le ha echado el ojo a algo?” me dice la dependienta en la puerta, fumándose un cigarrillo.

 La vida no se detiene. Nosotros vamos cayendo.

Rubén Lapuente Berriatúa

Publicado en el diario La Rioja  28/9/2023