A la tierra, esa peonza girando del tirón de zumbel de nuestro rubiales sol, le trae sin cuidado saber qué pasajeros lleva, qué especie ha sobrevivido. Eso es cosa de los dioses, de darle justo aliento al barro. Pero hubo uno, mitad pandillero mitad patricio, que echó a la arcilla una bocanada de sangre agria. Y le salió lo que le salió: un hermoso lobezno de peluche primero, pero al que ya se le adivinaba esa lejana mirada de aviso, de amarga miel. Y se preñaron las sierras de aullidos.
Pero
al triunfador no le gustaba que ese perro sin escuela solo libre se quisiera. Que
no le lamiera la mano. Que paseara por los montes el eterno pecado de
aparecerse en la garganta de una oveja. Pero ¿qué esperaba de un animal carnicero?
¿Quién en su casa echa a dormir en el cubil del gato a su tierno pajarillo?
Y como
los rediles no se hacen del viento, como la veleta del espantajo no tiene
estudios de pastor, como los mastines aun no son veganos, en camarillas de bar urdieron
un plan siniestro, dejando por los caminos una dulce carnada mortal. Y en aras
del beneficio, como si no tuviera derecho a existir en su medio natural, casi
eliminan su misterioso aullido. Hasta que a lomos de la misericordia de un
decreto volvió a su refugio de estrellas, volvió a recortar en el último ocaso
del horizonte su eterna silueta.
Venía
de guardián de los tesoros de Apolo en el Parnaso. Venía nada menos que de
amamantar y criar a los gemelos Rómulo y Remo fundadores de Roma. Y la
Caperucita Roja de Perraut y de los hermanos Grimm, le hicieron un flaco favor
feroz. Y después, otros, en infinidad de cuentos, novelas y películas, lo iban
paseando de sanguinario licántropo bajo la luna llena.
El
lobo y la loba se aman hasta la muerte. Son fuertes, nobles, inteligentes,
solidarios. Su manada es una escuela de vida. Y en su peregrinar por la sierra,
los ejemplares más viejos y enfermos van los primeros, para no acabar rezagados
y perderse. Sí, los más fuertes, caminan por detrás al ritmo de ese digno y
respetado cansancio de sus mayores.
Ahora
que se ha vuelto a abrir la veda, pronto olfatearán el escalofrío de sentirse viviendo
acorralados dentro de la cruel cruz de una mirilla.
Cuando
me piden mis niños que les lea un cuento, donde dice lobo feroz o que viene el
lobo, lo cambio por político corrupto o ruin banquero. Y canturreamos lo de que
había una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos…
Desmitificarlo
como animal sanguinario con la leyenda negra y falsa que aún subsiste, es una
tarea difícil de ganar.
¿Y si
hay dinero para despegar los miles de chicles pegados al suelo, no lo va a
haber y con creces para convivir con las dentelladas del lobo?
Dejémosle
existir en su estado natural. Dejémosle aullando en la noche su pureza, o quizá
su gañido sea una pregunta a su dios amargo, la misma que le hacemos nosotros al
silencio del nuestro: el por qué estamos aquí, bajo tantas luces.
Rubén Lapuente Berriatúa publicado en el diario La Rioja