Mira
si nos importa que sean hijos de la arena, que nazcan en patrias de lona, que se
sepan de carrerilla el camino de las estrellas; mira si nos importa su memoria
de pizarra, sus historias al calor del fuego en las frías noches del desierto, que
no pueden olvidar nada nunca jamás, que cómo se les muera un anciano, se les
muere un libro, una romanza popular, y todas esas viejas leyendas de un pueblo milenario;
mira si nos importa que sueñen regresar adonde muchos aun nunca han vivido, que
de no ser por la venida de estos niños saharauis de “vacaciones en paz” a
España, solo unos treinta a La Rioja este verano, entrecerraríamos los ojos frunciendo
el ceño, intentando rebuscar en la memoria ese cabo del hilo de su causa perdida…
Y
empiezas a recordar que, por no incomodar a nuestro altivo vecino invasor marroquí,
bastó ver aproximarse a una larga fila de chilabas en aquella vergonzosa marcha
verde de 1975, para poner pies en polvorosa: desertamos de nuestra colonia, de
nuestra responsabilidad. Total, por un puñado de fosfatos, por un cesto de
peces, por unos miles de recortados perfiles de nómadas atravesando un desierto
de arena, no merecía la pena seguir en la asfixiante garita bajo un incómodo sol
saharaui. Mira si nos importa, que les dejamos tirados: Cincuenta años llevan
tirados fuera de su tierra en inhumanos campamentos de arena en llamas, sobre
todo en la argelina Tinduf, esperando un referéndum prometido que nunca llega.
Ah, pero la penitencia del pecado la vamos purgando organizando la acogida de
este puñado de niños saharauis a esta verde duna de viñedos, a estas cegadoras
luces de neón, a nuestra colmada nevera, a nuestro grifo eterno, a nuestro
emparrado sol, siempre a nuestros corazones. Pero, ¿hasta cuándo? ¿hasta que así
pasen otros cincuenta años más?
En mayo de 2021, como respuesta a la acogida
del líder del Polisario en La Rioja, Marruecos abrió su paso fronterizo dejando
pasar de una tacada a más de 8.000 migrantes de manera irregular. Y ahí salió
nuestro presidente Sánchez, volteando sus principios, pasando la mano por el
lomo de ese sátrapa Monarca marroquí. No entiende que para sentirse querido uno
debe mostrar también la firmeza, pero de su debilidad: quedarse y proteger y
dar esperanza al que iba de nuestra mano, y ahora en Tinduf, en la arena de
Argelia, echa sus raíces en las estrellas.
Solo cabe dar la bienvenida a estos pequeños héroes descalzos, hijos de la arena, de las nubes, hijos de los besos desterrados, que nos hacen enarbolar, aunque solo sea por un verano, la vieja bandera de su causa. Yo dejo estos renglones de tinta en la duna de papel del periódico. Agito esta campanilla de arena con voz de viento siroco, que solo pide políticos con dignidad.
Bienvenidos
niños saharauis de Vacaciones en Paz a la Rioja.
Ojalá no os ciegue el oropel de nuestras
luces.
Ojalá no os bebáis, todo el dulce veneno que
os daremos.