publicado en el periódico digital nuevecuatrouno de La Rioja 22/12/2020
Ya sé que es algo personal, Sr Ximo Puig. Yo lo tenía todo preparado. Tan
fácil como bajar en el ascensor al garaje, montarme en el coche con mi mujer, y
llegar a la puerta de la casa de mi hijo en Valencia. Pasar el día 24 y 25 con él,
y volvernos, en un tris, para la Rioja. Nos lo había dicho hace muy poco, que
es usted quien porta al cinto, como carcelero mayor valenciano, el tintín de
las llaves de la comunidad: Tenéis abierta la frontera. Pero, de pronto, Sr.
Ximo Puig, cambió de criterio: adiós caramelo a la puerta del colegio.
Yo creo que existe el mismo peligro, en ir a oler el perfume de la flor del
naranjo, que al supermercado de mi barrio, o al pueblo de la Rioja donde tengo
mi segunda vivienda. A lo mejor, en el fondo, lo que quiere es que nos muramos
todos de salud. Qué pena que no den carnets de responsabilidad, para, como en
un congreso, llevarlo colgado del cuello, y circular por su país sin que
me den el alto por riojano sospechoso.
La movilidad, en sí, no aumenta los contagios, sino la insensatez. Quizá,
el cambio de criterio, tan brusco, y a media noche, obedece, Sr. Ximo Puig, a
que teme que una estadística le baile el asiento, no lo sé. Y esa moralina, de
que hay muchas más Navidades que celebrar acompañado de la farisea palmadita en
la espalda, como si fuera, Sr. Ximo Puig, mi padrino, me exaspera, que de poeta
poco tiene, que, a cierta edad, la mía, el tiempo comienza a existir: un
sicario te pone el reloj en marcha, y en una de tus habitaciones interiores,
anda incubando ese pequeño dolor, el que a veces te hace llevar la mano a algún
lugar de tu cuerpo, que el esbirro aprende rápido a encender la primera luz de
tu derribo: No quiero que me hurten esa cita maravillosa y tan sencilla con mi
vida, después de tanta renuncia en estos meses.
A mi mujer, ese sopetón del asombro de su inestable criterio, le ha puesto
unas cuantas arrugas nuevas. Debería agregar en el comité de expertos que le
asesora, aparte de algún restaurador, que falta le hace, alguna mujer con amor
de madre, la mía por ejemplo, para tomar decisiones más cabales.
Sr. Ximo Puig, ya sé que es algo personal, pero deberíamos tener más
miedo a morirnos de pobreza, de miseria, de hambre, que del covid,
que se lo digan a los 8.500 niños que mueren al día por desnutrición, de los
que nadie se acuerda. Y si sabemos los que son, y cuántos caen por minuto, es
porque la miseria, “menos mal”, da de comer a unos cuantos sociólogos, los
mismos que recuentan, y mal, muertes por estos lares. Quizá, el progreso sea
eso, pura y dura estadística. Qué pena que sólo se sienta la muerte en el radio
de uno mismo. Deberían enseñar en la escuela a sentir la parca, con tan sólo
cerrar los ojos, sin tener que ir a chapotear en la lejana miseria:
veríamos aquí lo nuestro de otra manera.
Usted, cierra la frontera, que cree suya, y en Navidad. Y eso no es
cualquier cosa. Para muchos esa fiesta es sagrada, que se lo digan a mi mujer
que tiene en los ojos tatuado, imborrables, cada una de ellas. Ya sé que para
un socialista de pura cepa, la navidad se escribe con minúscula, es algo como
más de luces de celofán, y del tonto de Papa Noel. Así, ya entiendo que
amuralle su comunidad, que por cierto, ¿no debería ser también la mía?
Ya sé que es una cosa personal, Sr. Ximo Puig, pero por mi casa le hemos
declarado persona non grata, aunque, ahora, cada vez que aparece en la
televisión, tiene en mí, un valedor fiel, que tengo que sujetar, y cada vez con
más fuerza, las violentas andanadas de mi mujer.
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