RECITALES Y ARTÍCULOS

jueves, 9 de noviembre de 2023

BOUAZIZI O EL ÁRBOL DE JÚPITER

 


Fue en noviembre del dos mil diez. Iba yo en el coche, camino de El Rasillo, cuando en el mismo borde de la carretera, al pasar por aquel vivero, vi una pequeña fogata de hojas, una cabellera cobriza, un pequeño árbol como una zarza en llamas. 

Yo quería un poco de arrebol, de crepúsculo, un poco de otoño en mi jardín, y ese pequeño árbol que veía desde la ventanilla del coche, que dulcemente enfermaba, pensé que podría ser la guinda que no tenían mis ojos. Y conduciendo, me imaginé que cuando sus hojas cayeran sobre la yerba, darían un hermoso aguacero carmesí: la colcha de su alcorque desnudo para las tiritonas de su largo invierno serrano. Y ahí se me quedó en la memoria ese incendio, ese sufrimiento rubí de la luz.

La casualidad quiso que al pasar por el mismo lugar a primeros de enero del año siguiente, escuché en la radio del coche la noticia de la muerte de ese muchacho tunecino, Bouazizi se llamaba, mercader ambulante que se ganaba la vida tirando de un carromato de frutas y verduras, al que la policía corrupta del régimen le confiscó tantas veces la mercancía por negarse a pagar la consabida e irritante mordida, que la hartura de vivir de rodillas hizo que se prendiera fuego ante el mismo ayuntamiento de su pueblo. Una foto de una momia vendada en un hospital, junto al tirano del pueblo tunecino, Ben Ali, ahora disfrazado con la piel de un cordero y pasando la mano sobre lo que era un espantajo de gasas, había visto unos días antes en el periódico. Y yo, que seguía los acontecimientos con inquietud, que admiraba a ese joven debatiéndose entre la vida y la muerte, me vino en un relámpago aquella lumbre de sangre otoñal que pasó por la ventanilla de mi coche. Y paré en el vivero. Busqué por los senderos el arbolillo ardiendo, pero era cinco de enero, y esa mañana de cencellada las hileras de plantas eran un ejército de espectros helados. 

-Hola, estoy buscando un pequeño árbol, no sé, pasé por noviembre, lo vi desde el coche. Tenía las hojas como si de verdad sangraran.

-Oh, sí, mire, ahí lo tiene. Es el árbol de Júpiter, con este frío y la niebla del río tan cerca, y sin hojas, le han dejado hecho un guiñapo.

 

Y ya son trece años en el jardín de mi casa de El Rasillo, y si te acercas en noviembre, desde mi calle lo verás como una zarza en llamas. Quizá para ti sólo fuera antes una pincelada en esta hermosa acuarela del otoño, pero seguro que, ahora, al mirarlo con otros ojos, lo veas como una bandera enarbolada por un pobre muchacho que no supo nunca que, hecho una pira de rabia, prendía la mecha de una primavera nueva. Una hermosa mancha calcinada en el suelo, bastó para quemar el miedo de todo un pueblo. Ahora entiendo que haya libertades que sólo se consigan derramando sangre.

Y en la suave piel de alabastro de su corteza, no hizo falta que le tatuara con la punta de mi navaja las ocho letras de Bouazizi, que cada otoño de mi vida, este árbol de carne y hueso, sabe cómo recordármelo. 

Rubén Lapuente Berriatúa

publicado en el diario La Rioja 09/11/23

2 comentarios:

  1. Los árboles que plantamos en nuestras parcelas forman parte de nosotros y de nuestra vida para siempre. Hermoso texto. Abrazos

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  2. Gracias Victoria. Un árbol hermoso que no envejece.

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