RECITALES Y ARTÍCULOS

jueves, 16 de enero de 2025

CRECER JUGANDO

  


Para la campaña “un juguete, una ilusión”, que organizan Radio Nacional de España y la Fundación crecer jugando: ese derecho sagrado del niño al juego, he comprado en Correos un bolígrafo solidario por cinco euros.

Me dicen que la diferencia entre lo que vale y lo que cuesta fabricarlo, vuela hacia esa infancia que no tiene Reyes, ni Papa Noel, ni nunca ha recibido un juguete. Supongo que irán hacia esos mismos rincones de mugre del planeta que, desde que tengo uso de razón, salen en los documentales o en las revistas del corazón o en las redes sociales de hoy, a veces junto al márquetin de ese ridículo galán o actriz de turno, o en tándem repartiendo sonrisas, ataviados con esas insolentes ropas de explorador o de safari de diseño, y que realizan el más hipócrita papel protagonista de su vida.

Y no es muy diferente de cuando yo mismo me recuerdo de niño saliendo a las calles con esas huchas de loza esmaltadas a pedir dinero con ellas: Bustos de niño africano, de filipina, de chino, de hindú, y hacíamos sonar la calderilla al tiempo que decíamos: Para las misiones, para los negritos, para los chinitos. Dádiva que se perdería en salvar almas o tal vez por los mil vericuetos de las oscuras sotanas.

Y pasarán mil años y en gran parte de África seguirán sin poner el nombre a sus hijos antes de los cinco años, que la mitad de ellos continuarán muriéndose igual. Y el antídoto contra la muerte será el mismo que el de ahora: parir y parir a destajo.

De momento el progreso es pura y dura estadística: ya sabemos el número exacto de los peques del tercer mundo que caen por minuto. Pero bueno, mejor no lo estropeo del todo, mejor lo dejo así… que estaba con lo del bolígrafo solidario…

Yo llevo uno encima, y algo sin trampa me roza. Lo dejo asomarse como reclamo por el embozo del bolsillo de mi guerrera, y es como un faro que barre con su luz de pobreza nuestra indiferencia.

En el espejo de su tinta azul, veo la manoseada sagrada niñez: a ese niño que patea todas esas barreduras que encuentra por las calles de tierra: como esa lata oxidada que la hace balón, o es su fantasía la que la convierte en coche o vagoneta; o a la niña negra con pelo de oveja que caza de la brisa vagidos que dulcemente acuna. Y que soy yo quién redondea la lata o le pone ruedas de tren o de bólido, o muñeca de carne de trapo al vacío regazo ahumado de la niña. Y es que la infancia es una rueda loca de un coche girando patas arriba. Un balón cosido a patadas. La muñeca enseñando agotada el corazón de borra.

Pero en el espejo de su tinta, veo también que ellos siguen fértiles en piojos, con la misma mugre para sus adeptas moscas, aún con la eterna loba malaria asaltando su indefenso corral, todavía con alfabetos de tres letras en la sangre de bienvenida a la vida, y soñando bajo patrias de lona oír caer la dulce lluvia de nuestra venenosa miel.

¿Pero de verdad el mundo es un pañuelo?

Bueno, pero mejor no lo estropeo del todo, mejor lo dejo así…

Por cinco euros…

¿No he hecho una buena compra?

Rubén Lapuente Berriatúa     publicado en el diario La Rioja.



                                 

 

viernes, 3 de enero de 2025

TRIUNFAR EN LA VIDA

 


Nada más ver a esta pequeñuela trabalenguas con su peinado a la remanguillé, ya te dan ganas de subirte a su cohete espacial rumbo a su planeta bajito. Y al abrazarla, debo de oler al perfume “agua de risas” porque en un santiamén me lleva de la mano volando a su ollita de grillos. Y es un poco antes del sueño, al levantar mis rodillas la sábana de mi cama: esa bóveda de algodón celeste, cuando la rubia estrellita protagonista, en un periquete, se me cuela dentro a trenzar su estrenada niñez entre mis piernas cansadas ya de patear el día.

Y enseguida le pone en guardia el lejano zumbido de aviones en mi boca, que me ha tenido toda la tarde produciéndolos en serie para verlos caer en ese vals de papel cuadriculado, a la rabia del barrendero de la calle, que con el entrecejo fruncido buscará en las alturas una cara traviesa, de golfilla.

Y con la escuadrilla de mi mano por afuera, sobrevuelo y bombardeo como una abeja nuestra madriguera, provocando al alimón un tremendo zipizape de aspavientos artilleros, con ametralladora de risas.

 Luego, dentro de ese planeta, cada uno con la zancada de nuestros dedos índice y corazón, nos hacemos como Dora, exploradores. Y a un terrorífico grito mío, huimos despavoridos por la empinada ladera de mi pierna, que en realidad es la encrestada espalda de un dragón que refunfuñando despierta. Y le digo, que corra, que es un escupe fuego en busca de la carne de polluela a l’ast de los domingos.

Al hundir los pies de sus deditos en la ratonera de mi ombligo, de pronto mi vientre titirita: -Pero, ¡corre, aún más, que estamos perdidos, que ahora nos persigue la tos del cráter de un volcán resfriado, corre, que estalla, que si te coge su fiebre te dan ese jarabe tan asqueroso!

Y subimos, de dos en dos, los peldaños de los dulces huesos de santo de la escalinata de mis costillas, hacia el oscuro bosque de mi pecho, cruzándolo con sigilo y de puntillas, vigilados por dibujos de ojos de fieras que parpadean, entre siniestras miradas de serpientes con unos de tiza en sus pupilas, silbando seseantes y ocultas entre la maraña de mi negra jungla rizada.

 Y sin un rasguño, antes de alcanzar la combada ribera de luz de la sábana, paramos en el refugio del bolsillo alto de mi pijama, dos dedos índices con sus dos vecinos corazones perseguidos, ya exhaustos de aventura. Y como en mecedora y con pantuflas, me parlotea tranquila en esa lengua virgen de los tres años: gorjeo de luz del paladar niño que me deslumbra, y me revela que el verdadero éxito en la vida, es llegar a tiempo a casa para cerrarle los ojillos a esta enana piel roja mía, mañana la tuya.

 Y todo hasta que una voz cálida y firme de mujer, con palmadas de sargento: -chicos, se acabó la juerga-, echa abajo nuestra montaña vacía, hiriendo mortalmente a Aina de sueño, despertándome a mí del reloj parado que es la niñez, y… ¡ay!, retornándome otra vez a este monótono planeta tierra de siempre…

Eh, pero sólo hasta la noche de mañana.

Rubén Lapuente Berriatúa       publicado en el diario La Rioja