Visitando el lagar de un bodeguero de la
sierra de Contraviesa, me traje unas botellas de su vino natural, salvaje. Un vino
de sus rebecos viñedos.
Le dije que no era muy amante de los
caldos tradicionales por esa quizá alergia que me provocaban, dándome en
seguida dolor de cabeza. Que supongo no sería culpa del vino que es inocente. Hay
algo en ellos, no es el alcohol, que mal se me enreda dentro.
Angelicales del todo no son, me dijo. Algunos
los manipulan tanto que los vuelven dóciles como un guante, les quitan su
verdad, su carácter. Eh, pero ojo con este mío, desde el primer sorbo no se te
va a subir a la cabeza, que no he utilizado herbicidas, ni pesticidas, ni
siquiera abonos químicos. Y si no llueve, que aquí no se riega, ya está la
benditera niebla santiguando a los labios de los sedientos pámpanos. Además, siempre
he buscado un reflejo de la añada, dejando que fuera la uva la que expresara su
carácter, sin añadirle ni quitarle nada: Ni levaduras seleccionadas, ni
otro tipo de bacterias para acelerar la fermentación, hecha con los mismos hollejos.
Me dijo, que su vino ni lo había
clarificado ni casi filtrado, que él solo se había hecho mayor. Además, no tenía
ni una pizca de sulfito añadido en ningún momento del proceso de elaboración. Ah,
y que, bajo la soledad del cielo de mi paladar riojano, el que deja memoria, disfrutara
de él. Que yo ya sabía de qué altas cumbres de cielo granadino venía, de qué
manos vendimiado, en que cárcel libre florecido. Y verás, Rubén, cómo te
conquista y se corona como el rey del barranco oscuro de tu boca.
Y no quise probarlo ahí. Me llevé unas
botellas, y le dije que ya le mandaría en un correo mis sensaciones.
Tenías
razón, Manuel, el vino no siempre es inocente. La alergia venía de tejemanejes,
de sobar de sulfitos la espuma. Y no sabes cómo me sorprendió este singular vino
tuyo, el que sé, labraste grano a grano, ahí donde pacen tus tímidos verdes rebecos.
Vino turbio como agua oscura de pozo. Y lo saboreé aquí, en la Rioja, tranquilo
y amable, recordando su paisaje granadino. Y no sólo de aquel del final del verano,
cuando las vides ya colmadas, danzaban vanidosas sus pendientes de negros soles,
sino también del otro paisaje, el olvidado, aquel del frío invierno de las
Alpujarras granadinas, cuando las desnudas cepas, centinelas de vacíos odres
que la nieve lavaba, se retorcían titiritando en esa soledad y angustia lorquiana,
de la que sólo pueden salir puras añadas de rojo terciopelo.
Sí,
Manuel, vino negro de tu barranco oscuro. Vino partisano, único, sublevado. Puro
como una piedra, enseñándote al pie del cielo, la orgullosa cicatriz de su
parto natural bajo las mismas estrellas que vería Federico.
Vino como la poesía, Manuel, solo para una
inmensa minoría.
Rubén Lapuente Berriatúa
publicado el 11/9/2025 en el diario La Rioja
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