Sorteando
el tinglado, el teatrillo de guiñol de la abarrotada plazuela, alejándome del
bullicio, enfilando ya el bulevar de la avenida, me alcanzó hiriéndome dulcemente
por la espalda, una tormenta de algarabía. Era el guirigay de la chiquillería
del barrio. Eran los inocentes gritos acallando las añagazas de la bruja
Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, seguro escondidos en el collage de bosque del
mismo telón de fondo de mi memoria, alertando, todos a la vez, de emboscadas y
peligros al despistado héroe Gorgorito, o a Rosalinda, su eterna novia pura. Y
que no se salieran nunca con la suya los más malos que el veneno vencido.
Demoré
el paso para quedarme en el estruendo de la estaca en mano dando a la
remanguillé en la malvada cabeza de trapo de turno. Y me di la media vuelta para
volverme a ver en el recuerdo, sentado en el suelo, ligado por la maroma
de otros brazos niños, entrando en esas historias sin miramientos,
completo, con las mismas muecas de tirria, de apego, de desprecio, de
alerta, de miedo, de júbilo, que las que veo yo ahora en esta nueva camada
de chiquillos. Pelea entre el bien y el mal, que nos enseñaba a no ser tan saltaparedes,
tan lagartijas, tan duchos en travesuras. Y que ganara siempre la amistad, la verdad,
la ternura, la valentía, sobre el egoísmo, la mentira, la cobardía. Cuentos y
canciones interpretadas por aquellos títeres que nos animaban a entregarnos, a
seguir a nuestro héroe de cartón y trapo. Ahora recuerdo que Gorgorito nos pedía
una palabra mágica, que no sé cuál era, para deshacer el sortilegio de la bruja,
y éramos todos a una el orfeón de chivatos de esas bravatas de los más malos
que la quina.
Las arengas dichas
por este héroe nos las creíamos más que las de nuestros sesudos mayores. Y sentíamos
a los títeres con vida propia, y luego parloteábamos como ellos con animales y
astros y plantas y objetos: una escoba entre las piernas era un caballo, un
bordillo de acera era un precipicio, una manta rodando por el pasillo de la
casa de la mano del abuelo, era un coche al que subirnos…
Y todos los
sentimientos estaban ahí juntos, en ese teatrillo de las emociones. Toda esa imaginación
y fantasía de sueños despiertos, nos serviría después, seguro, para olvidarnos de
nosotros mismos en la penumbra de un cine, o para desaparecer en las páginas de
un libro, o iluminar la penumbra de unos versos de Lorca, o para perderme yo en
la agreste belleza de esta sierra de Cameros que me rodea, y con tan sólo
cerrar los ojos, como si con la imaginación no hiciera falta viajar.
Y para tener, todavía
hoy, un trocito vivo de aquel mismo niño. El que salía de la mágica tramoya de
la plazuela de las emociones, como un limpio río risueño, colmado de entregarse
a este privilegiado y hermoso viaje de la vida, aunque a cierta edad, sea ya hacia
el cansancio, hacia no moverse nunca más.
Rubén Lapuente Berriatúa publicado en el diario La Rioja
No hay comentarios:
Publicar un comentario