No te
engañes.
Esa manecita
sin tiempo
que se asoma
a la rueda de
la vida
como una azucena
no te salva.
Se aferra al
rumor
lento y
espeso
de tu sangre:
Necesita ese
dedo corazón.
Me da vida, dirás.
El verla
crecer
quizá te haga
ganar
tiempo a la
muerte.
Pero, a ti no
te salva.
Tú, que estás,
solo, sola,
quizá un día en
una cansada
casa grande llena
de paredes sin
recuerdos…
esa tierna mano
no es la tuya.
No la tienes.
No comprarías
una
con palma y
dorso
que te diera
las caricias
Que fuera el
bastón de tu torpeza
La gasa limpia
de tu llaga
Una mano
de esas
de andén o
del puerto
de las que se
quedan
siempre a lo
lejos
como una
bandera
al viento esperándote
Una mano
que una noche
corriera
la sábana
blanca
de tu último
sueño?
Hay una
soldado
de la edad
dorada
que me trae a
la noche
entre jirones
de soledad
y ternura
muriéndose
desdenes
hirientes…
“… ¿Sabes?
Le he llamado hoy a su hijo,
corriendo, y me ha dicho
que todavía no podía venir.
Perdone, pero se está muriendo
su madre, le espeté…
No ha llegado a tiempo.
Y como un bebé me ha cogido
el dedo corazón…”
Que no te
engañen.
Que no te
olviden.
©Rubén
Lapuente
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