En su pequeño cuarto
mide el niño su esfuerzo:
No le llega la mano
a abarcar el lomo de tanta hilera
de obligados libros.
Vive enredado
en el rescoldo
de las palabras,
en la trenza de humo de los sollozos
que suben
de la cocina
y que en la melanina de su mesa
ensimismado
las vierte
en espirales de tinta.
Que él no tiene aún
lejanías en la
cabeza:
la primera muerte,
la ultima pequeña vida…
Tras la pared,
al llamarle
su padre para la cena,
su dedo de saliva
borra
su encaracolado rompecabezas.
Apaga la lámpara.
Se pone de pie
chirriando la silla….
Y se ve otro
en el súbito destello
reflejado en el
cristal
de la ventana…
-"¡Ya voy,
ya voy!"
Por el largo pasillo,
el eco de su voz
le suena a otro niño
que en su mismo cuarto,
mañana, oirá la suya,
tras la pared…
Antes de cruzar
la puerta del comedor,
por primera vez,
ensaya,
fuerza una sonrisa…
©Rubén Lapuente Berriatúa
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