El periódico La Rioja
me pidió varios artículos de los pasos de la Semana Santa de Logroño pasada y sólo
para sus suscriptores, para su periódico digital de pago. Éste fue uno.
LA BORRIQUILLA
Todo empieza con
esa luz o todo se recuerda siempre con esa antigua claridad que no cede su
sitio. Sí, es la luz de la infancia. La del sol de domingo en la carita recién
lavada. Niño siempre en este día de ramos que vuelve y vuelve con los mismos
ojos: el tiempo se ha quedado a esperarte bajo los soportales. Nada cambia. Lo
único es ese enjambre de móviles sobre las cabezas, tan pendientes del
encuadre, que supongo les será difícil despertar toda la emoción de los
sentidos… ¡Qué época ésta! Ir a buscar luego la memoria en un frágil rincón de una
falsa nube en un invisible cielo de cristal cuando el sitio de cada uno de esos
momentos mágicos debería estar, y bien guardado, en nuestra íntima plazuela con
su primigenia luz... Notar esa vieja mano en tu espalda que viene del tiempo de
tus mayores y que debe viajar mensajera hacia el mañana, hacia los tuyos: tu
compromiso. Que necesita todos los sentidos, todo el silencio y la soledad
sonora de este Domingo de Ramos luminoso, que somos todos los logroñeses
quienes encuadernamos esta nueva humilde página de su historia, y hemos de
aprender a andar y a ver y a sentir entre este fervor bullicioso de corazones…
Humilde, a lomos de
una borriquilla, Jesús entra triunfal en Jerusalén o en este Logroño de bares,
de alegría campechana, de nobleza. Un Platero en la era del patinete eléctrico
y no desentona caminando por las vieja calles a riendas de Jesús que pronto
morirá al caer la tarde en la encrucijada de sus dos maderos…
Aquí he estado yo
con mi palma, con mi rama de olivo, de laurel, con el tintineo en el vaivén del
entrechocar de monedas de oro de chocolate con el de un sinfín de golosinas, esperando
la bendición: una señal para calmar las dulces
olas de saliva de mi boca infantil. Cómo olvidarlo, si nos concedían los deseos
con cuentagotas, si la brisa de una chuchería se nos colaba hasta por el oculto
bisel de los blancos sueños…
Y día de estrenos,
de no ofender a la tradición. Que estamos cosidos con hilos de memoria. Enfundándome
hoy unos nuevos calcetines con rayas blancas y rojas, que sean mí escondido talismán
que dé un empujoncito este año al Logroñés y subamos, de una vez por todas, a
la división de plata.
Y déjate envolver por la infancia de esos niños, quizás,
como yo, recuperes la tuya en ese bosque
de ramos, de ecos de bandas de tambores y cornetas, de luz de Domingo mágico, o
no sientas nada especial, pero aun así, no te vayas muy lejos de este bullicio,
de esta belleza de pueblo rozándote, que puedes encontrar, recoger, llevarte a
casa alguna respuesta cuando veas entre la muchedumbre la humildad de ese paso,
de esa borriquilla a lomos de Jesús: un hombre que lleva la pureza de quien no
se engaña, la parábola eterna de un sublevado, amor sin nada a cambio, ofreciendo
a su enemigo, si le golpean en una mejilla, también la otra, desarmada, desnuda…
Mi niño antiguo se pierde luego conmigo por las calles.
Hacemos una parada en la Laurel. Le pido un mosto y me da la aceituna, como
siempre.
©Rubén Lapuente Berriatúa
Precioso testimonio, Rubén. Los lectores habrán disfrutado descubriendo esos rincones del alma que se refugian en la patria de la infancia. Salud.
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