RECITALES Y ARTÍCULOS

sábado, 20 de septiembre de 2025

GORGORITO

 


Sorteando el tinglado, el teatrillo de guiñol de la abarrotada plazuela, alejándome del bullicio, enfilando ya el bulevar de la avenida, me alcanzó hiriéndome dulcemente por la espalda, una tormenta de algarabía. Era el guirigay de la chiquillería del barrio. Eran los inocentes gritos acallando las añagazas de la bruja Ciriaca o del Ogro Dienteslargos, seguro escondidos en el collage de bosque del mismo telón de fondo de mi memoria, alertando, todos a la vez, de emboscadas y peligros al despistado héroe Gorgorito, o a Rosalinda, su eterna novia pura. Y que no se salieran nunca con la suya los más malos que el veneno vencido.

Demoré el paso para quedarme en el estruendo de la estaca en mano dando a la remanguillé en la malvada cabeza de trapo de turno. Y me di la media vuelta para volverme a ver en el recuerdo, sentado en el suelo, ligado por la maroma de otros brazos niños, entrando en esas historias sin miramientos, completo, con las mismas muecas de tirria, de apego, de desprecio, de alerta, de miedo, de júbilo, que las que veo yo ahora en esta nueva camada de chiquillos. Pelea entre el bien y el mal, que nos enseñaba a no ser tan saltaparedes, tan lagartijas, tan duchos en travesuras. Y que ganara siempre la amistad, la verdad, la ternura, la valentía, sobre el egoísmo, la mentira, la cobardía. Cuentos y canciones interpretadas por aquellos títeres que nos animaban a entregarnos, a seguir a nuestro héroe de cartón y trapo. Ahora recuerdo que Gorgorito nos pedía una palabra mágica, que no sé cuál era, para deshacer el sortilegio de la bruja, y éramos todos a una el orfeón de chivatos de esas bravatas de los más malos que la quina.

Las arengas dichas por este héroe nos las creíamos más que las de nuestros sesudos mayores. Y sentíamos a los títeres con vida propia, y luego parloteábamos como ellos con animales y astros y plantas y objetos: una escoba entre las piernas era un caballo, un bordillo de acera era un precipicio, una manta rodando por el pasillo de la casa de la mano del abuelo, era un coche al que subirnos…

Y todos los sentimientos estaban ahí juntos, en ese teatrillo de las emociones. Toda esa imaginación y fantasía de sueños despiertos, nos serviría después, seguro, para olvidarnos de nosotros mismos en la penumbra de un cine, o para desaparecer en las páginas de un libro, o iluminar la penumbra de unos versos de Lorca, o para perderme yo en la agreste belleza de esta sierra de Cameros que me rodea, y con tan sólo cerrar los ojos, como si con la imaginación no hiciera falta viajar.

Y para tener, todavía hoy, un trocito vivo de aquel mismo niño. El que salía de la mágica tramoya de la plazuela de las emociones, como un limpio río risueño, colmado de entregarse a este privilegiado y hermoso viaje de la vida, aunque a cierta edad, sea ya hacia el cansancio, hacia no moverse nunca más.

Rubén Lapuente Berriatúa        publicado en el diario La Rioja


jueves, 11 de septiembre de 2025

TODO ES DE ALGUIEN

 


Cuando esta senda de la vega del Iregua se preña de manzanas, cómo no parar el coche un momento e inaugurar la nueva cosecha en el milagro de un manzano. Las ves ahí como dulces planetas, tan atractivas, y te cuelas por entre los alambres, entras en esa finca como un viejo ladronzuelo. Es un ritual mío de cada verano. Miro a los lados, escojo la más singular de una rama vencida, y muerdo esa carne dulce que es un hilo virgen de la oculta fuente de la tierra riojana. Y cómo inunda y espabila el interior más puro y dormido de uno. Y es que la sensación de tomarla de la rama es distinta, única, a verlas en el timo del escaparate de la calle, como bodegones de manzanas empolvadas, con ese óleo impostado de cera roja.

 Y mientras la saboreo, siempre pienso en que, si realmente fuéramos solo dos en este mundo, y lo que piso el único terruño del planeta, por llegar yo un poquitito más tarde en el abrir de los ojos a la vida, ya sería el siervo de esta gleba. Ya tendría que llamar a esta puerta con cara de subordinado, y de rodillas.

Que la tierra la coparan los terratenientes con su linaje, su poder y su cuento, y para siempre, es echarle mucho rostro. Y como todo está ya tan bendecido por ese listo y saca cuartos fariseo Leviatán de Estado, no le pidamos ya al hombre que busque tiempo para soñar, esclavo como es del salario, guardaespaldas del capitalismo, con las barricadas ya en museos de paleontología. Que esta rueda del consumo no puede dejar de girar, no puede tener zapatas, ni su libro marcapáginas, que, si no todo se nos vendría abajo, convertidos solo en esclavos del estómago, bien uniformados, pero sin Rolex.

Todo se hizo malamente desde el principio, y eso que no hace tanto tiempo de aquellos pioneros del revólver en vaivenes de caravanas polvorientas, rumbo al oeste. Llegaban los primeros, y a cambio de cuentas de colores se quedaban con las tierras de los indios, luego las cercaban, y ya eran de alguien para siempre. Y es que el hombre es el único animal que le pone nombre y apellidos a la tierra, cuando el dueño de la tierra debería ser solo la misma tierra. Que los de carne y hueso pasamos en un santiamén. Si solo somos historias de nubes, de olvido, un poquito de nada. 

Y, mira, cada terrón del planeta es ya de alguien. Estoy por pensar que la culpa de todo la tiene Santa Rita, Rita, que lo que se da no se quita, como principio universal que ampara la ley.

Y mientras el jugo de la fuji me corre fresca por la comisura de los labios, a lo lejos oigo una voz entre los manzanos, un ¡eh, tú, sal de ahí! Y a la vez me ladran un par de fieles y fieros lebreles, sin estudios, claro.

Cualquiera le explica a mi terrateniente que se acerca, que estoy en una íntima ceremonia mía de estío, y no digamos nada si a los chuchos les suelto lo del influjo de la manzana ajena, in situ, sobre el pensamiento de Carlitos Marx.

y… ¡Joder, Ruben, tira la mordida prueba del delito, y corre, corre, pon pies en polvorosa!

Rubén Lapuente Berriatúa        publicado en el diario La Rioja

domingo, 7 de septiembre de 2025

EL DEDO CORAZÓN

 


No te engañes. Esa manecita sin tiempo que como una azucena se asoma a la rueda de la vida, tan hermosa, necesita ese largo dedo corazón tuyo. Mira cómo se aferra al rumor lento y espeso de tu sangre. Tiene la cintura precisa, y lo abarca tan bien, tan hecho a la horma de sus deditos. El viejo sarmiento tuyo para sacarla del mar del sueño blanco. No hay mejor noray donde atarse.

 Y es tu flotador en ese momento de la vida en el que notabas que el tiempo empezaba a correr, poniéndote alta la insoportable melodía del tic tac del corazón en el silencio. Y dirás que esa manecita de tu tardía nieta, te da vida. El verla crecer te hará ganar unos cuantos años al cansancio. Rejuvenecerás un montón cuando te coja de la mano y te lleve a todos los rincones de su planeta bajito. Su cobijo es ahora tu mano grande, esa llena de arbolillos de venas, ramajes a punto de estallar, y en las que te duele posar los ojos como si no fueran tuyas, como si en ellas empezara mucho antes a medrar huraña la muerte.

Pero no te engañes, esa manecita que ahora te busca, no es la tuya, no te salva. Te parecerá que dura una eternidad, pero en un suspiro se te acaba.

Y de pronto, ya estás solo y torpe para vivir sin molestar. Quizá ya habites en una casa grande llena de paredes sin recuerdos, despertando cada amanecer al mismo agrio olor, con el cansancio pegado a la piel, y con el único aliciente de mirar sin pestañear la puerta, esperando se abra a la vez que tu mejor sonrisa. Pero pena que aún te sostenga un molesto hilo de lucidez, porque te recuerda a ti mismo cruzando los domingos (la vida es ver volver) ese mismo portón de madera.

 Y esa pasajera mano, la que más recuerdas por ser la última, vendrá a verte, pero, ¿ves cómo no es la que te salva? Ya no necesita todo el tiempo la tuya, la huérfana tuya.

¿No comprarías una con palma y dorso que te diera las caricias? ¿Que fuera el bastón de tu torpeza, la gasa limpia de tu llaga? ¿Una mano de esas de andén o del puerto de las que se quedan siempre a lo lejos como una bandera al viento esperándote, y que no te abandonara nunca? ¿Una mano que una noche corriera lentamente la sábana blanca de tu último sueño?  

Hay un diario de una soldado de la edad dorada, que leo cada noche en su espalda vencida. Lo acompaña mi dedo para no perderme en sus renglones torcidos. Un diario que habla de soledad y ternura, de desdenes hirientes, de batallas perdidas, de encontrar en las cuatro paredes alquiladas, escondidos sollozos de madrugada.

“¿Sabes, Rubén? Le he llamado hoy corriendo, pero corriendo. Hasta temblaban mis dedos en el teclado del teléfono, y me ha dicho que todavía no podía venir. Perdón, pero se está muriendo su madre, le dije. Y mientras acababa sus asuntos, como un bebé me ha cogido el dedo corazón…"

Que no te engañen. Que no te olviden.

Rubén Lapuente Berriatúa      Publicado en el diario La Rioja