Cuando esta senda de la vega
del Iregua se preña de manzanas, cómo no parar el coche un momento e inaugurar
la nueva cosecha en el milagro de un manzano. Las ves ahí como dulces planetas,
tan atractivas, y te cuelas por entre los alambres, entras en esa finca como un
viejo ladronzuelo. Es un ritual mío de cada verano. Miro a los lados, escojo la
más singular de una rama vencida, y muerdo esa carne dulce que es un hilo virgen
de la oculta fuente de la tierra riojana. Y cómo inunda y espabila el interior más
puro y dormido de uno. Y es que la sensación de tomarla de la rama es distinta,
única, a verlas en el timo del escaparate de la calle, como bodegones de manzanas
empolvadas, con ese óleo impostado de cera roja.
Y mientras la saboreo, siempre pienso en que,
si realmente fuéramos solo dos en este mundo, y lo que piso el único terruño del
planeta, por llegar yo un poquitito más tarde en el abrir de los ojos a la vida,
ya sería el siervo de esta gleba. Ya tendría que llamar a esta puerta con cara
de subordinado, y de rodillas.
Que la tierra la coparan los
terratenientes con su linaje, su poder y su cuento, y para siempre, es echarle
mucho rostro. Y como todo está ya tan bendecido por ese listo y saca cuartos fariseo
Leviatán de Estado, no le pidamos ya al hombre que busque tiempo para soñar, esclavo
como es del salario, guardaespaldas del capitalismo, con las barricadas ya en
museos de paleontología. Que esta rueda del consumo no puede dejar de girar, no
puede tener zapatas, ni su libro marcapáginas, que, si no todo se nos vendría
abajo, convertidos solo en esclavos del estómago, bien uniformados, pero sin
Rolex.
Todo se hizo malamente desde
el principio, y eso que no hace tanto tiempo de aquellos pioneros del revólver en
vaivenes de caravanas polvorientas, rumbo al oeste. Llegaban los primeros, y a
cambio de cuentas de colores se quedaban con las tierras de los indios, luego las
cercaban, y ya eran de alguien para siempre. Y es que el hombre es el único
animal que le pone nombre y apellidos a la tierra, cuando el dueño de la tierra
debería ser solo la misma tierra. Que los de carne y hueso pasamos en un
santiamén. Si solo somos historias de nubes, de olvido, un poquito de nada.
Y, mira, cada terrón del
planeta es ya de alguien. Estoy por pensar que la culpa de todo la tiene Santa Rita,
Rita, que lo que se da no se quita, como principio universal que ampara la ley.
Y mientras el jugo de la fuji
me corre fresca por la comisura de los labios, a lo lejos oigo una voz entre
los manzanos, un ¡eh, tú, sal de ahí! Y a
la vez me ladran un par de fieles y fieros lebreles, sin estudios, claro.
Cualquiera le explica a mi terrateniente
que se acerca, que estoy en una íntima ceremonia mía de estío, y no digamos nada
si a los chuchos les suelto lo del influjo de la manzana ajena, in situ, sobre el
pensamiento de Carlitos Marx.
y… ¡Joder, Ruben, tira la
mordida prueba del delito, y corre, corre, pon pies en polvorosa!

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