¿Qué se esconde en el
pecho
de una hoguera
que a tantos fascina
y,
a veces,
a algunos enloquece?
¿Todo surge de la
llama
de un fósforo que un
día
enciende la mano de
un niño
y que, al
aventarla,
mágicamente,
le hace clavar sus
ojos
en ese hipnótico
fuego de zafiro?
¿O ya viene todo
empaquetado
en el maldito azar
del abrasado ramaje
de la sangre?
Aquí no hablo
de un incendiario,
de ese asesino de
la tea,
que compra y vende
fuego,
que sale canalla al
monte
cuando el viento
cálido arrecia,
cuando amarillea el
estío,
y bajo los pies, le
restalla la rama.
Esa rapiña que
vuelve ya
a un paisaje de
pavesas y,
sobre su hazaña,
sobre el dolor de
los demás,
miserable, largamente
orina.
Aquí hablo de un
magnetismo,
de una cabeza en
llamas,
de un ludópata del
fuego,
de un canalla
enfermo
que ha mirado
siempre
con luz de barrena
la lumbre,
que no conjura,
que sale al monte
iluminado
por una voz de
fuego,
que se sube al
mirador del alto cerro
a contemplar cómo salta
su fogata de copa
en copa…
Y espera allí,
el ulular de las
sirenas,
las espadas de agua,
los calderos alados…
¡Dios mío! :
¡Su velada con
música
del crepitar de las
llamas!
©Rubén Lapuente
No sé qué pasa por la cabeza y la sangre de un pirómano; tal vez sea una desviación de alguna clase de conducta autodestructiva, el vértigo del riesgo, el placer de sentirse poderoso desatando tanto infierno. Pero atentar contra la vida de los montes y la belleza sólo esconde un corazón enfermo en una cabeza enferma, peligrosamente enferma.
ResponderEliminarLa piromanía es un trastorno del control de los impulsos. Otros trastornos de ese tipo son las ludopatías (incapacidad para controlarse en juegos de apuestas o loterías) y la cleptomanía (incapacidad para controlar el deseo de hurtar cosas en tiendas). Los pirómanos son enfermos que disfrutan provocando fuegos y con la contemplación de sus consecuencias.
EliminarSu afición enfermiza suele iniciarse en la edad juvenil, con mayor frecuencia en varones y especialmente en aquéllos que destacan poco o nada por habilidades socialmente atractivas. Suelen ser personas solitarias, grises, que no llaman la atención por ninguna cualidad agradable.
Muchos de ellos expresan su atracción por el fuego participando en programas de prevención, de forma voluntaria. Unos pocos llegan a enrolarse en cuerpos de bomberos, pero lo más habitual es que se trate de “espontáneos” dispuestos a echar una mano siempre que un fuego estalla en sus cercanías. Otros, son visitantes asiduos de los museos sobre fuego y de los parques de bomberos.
Es importante señalar que no buscan móviles económicos en sus fuegos, sino simplemente satisfacer su morboso apetito de incendios y de las situaciones afines. El verano es una época excelsa para dichos maníacos, pues resulta fácil, por las condiciones climáticas, extender grandes áreas de fuego a partir de pequeñas hogueras.
No existe tratamiento concreto para este tipo de enfermedad. El mayor problema es la falta de motivación para curarse que estos sujetos experimentan. El encarcelamiento, o la supervisión de por vida, suele ser la única manera de prevenir la repetición de sus acto
Y no un simple Prometeo que roba la llama del sol para traerla a los humanos.
ResponderEliminarSaludos.
Ojalá fuera, Beatríz, todo tan poético.
EliminarUn abrazo