Leyendo
durante la larga pandemia el libro del desasosiego de mi admirado Fernando Pessoa,
me detuve en esos párrafos donde dice que sólo la debilidad de la imaginación justifica que haya que desplazarse
para sentir. Que si imagino, veo. Que qué más hago si viajo. Que la vida es lo
que hacemos de ella. Que los viajes son los viajeros. Que lo que vemos no es lo
que vemos, sino lo que somos...
Y me puse a hacer
prácticas de aprendiz de mi clarividente y admirado maestro, ya en el regazo de
la cama, llevándome una foto, una estampa bellísima de atardecer en calma con barcos
sobre la mar, e intentando meterme en la sustancia gris de mi venerado Pessoa, viajando
hacia el lugar de esa belleza impresa, sin irme.
Y volaba entre mis sábanas,
ya de hilo de grano de arena de playa, a la penumbra de esa estampa bellísima de
anochecer en calma con barcos, intentando vivir, sentir, como si estuviese allí
solazándome…
Y haciendo el esfuerzo, cada vez que a ratos la
ojeaba, de verla como se mira siempre al mar: por primera vez.
Y, sí, iba entrando, como
con un beso lento, en el regazo de esa bella estampa, adormeciéndome, trayendo
a mi cama su idilio mecido por el rumor de las olas, por el lento vaivén de las
barcas, por la luz que dulcemente declinaba, también dentro de mí...
Y parece que funcionaba, que lo conseguía , que
no me haría falta ir a esa playa de anochecer en calma, que me bastaba con sólo
batir las alas de la imaginación, para quedarme traspuesto entre las sábanas, ya
dunas de arena fina... Pero, de pronto, un olor nocturno a fritanga que subía
por el patio de luces, y otro de cachopo de ternera que me traía el viento de
la chimenea de acero del bar de abajo, ahora columna vertebral de la casa que corona, cerrado, pero con fantasmas sin mascarilla, se
me coló por la herida de mi vieja ventana de aluminio, desmoronándome todo ese delicado
andamiaje del meteórico vuelo de mi imaginación…
Pero no, no fui capaz de perfumar mi pensamiento, ni traerme a
rastras ese profundo olor de la mar, que nadie vende tarros de su esencia, ni
píldoras que curen su añoranza en una tan larga pandemia…
No, la imaginación nunca ha tenido muy buen olfato,
ni auténtica piel de terciopelo. Es como una serpentina de pompas de jabón que
lanza una niña con los pies colgados de un banco verde del parque, que deslumbran
por un momento, pero que, de pronto…
Perdóname otra vez maestro,
mañana hago las maletas.
Publicado en el diario La
Rioja el 17/7/2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario