RECITALES Y ARTÍCULOS

sábado, 5 de octubre de 2024

BOXEO

 


Ahora ya no lo veo sórdido, barriobajero, como de camorra a la puerta de una discoteca. Había visto el mismo coche aparcado varios fines de semana en un escondido sendero que conocía muy bien. Y en un pequeño claro del bosque, bien resguardado de las miradas por un cinturón  de maleza (se oía el rumor del río), allí estaban con el torso desnudo dos jóvenes en un improvisado ring, pero sin sus cuatro esquinas, ni sus doce cuerdas; sólo con la ley del ala del cuchillo en las manos de un tercero, imparciales, sabias, que entremetiéndose entre ellos, los domaba, los separaba, les reprendía, hasta que al final de cada asalto, como al principio, sonaba el gong en el reloj de su muñeca que me parecía el trino de un insólito pájaro nacido solo en este bosque.

Y en el rompecabezas de una celosía de hojas y ramas moviéndose, los veía como a dos juncos de río dándose cabezadas, como el baile en la pared de dos perspicaces llamas de una hoguera, como si pugnaran dos vientos por aventar una goleta.

Y no, no era una pelea. No había odio. Ni cuentas pendientes. Ni corona de laurel. Ni cinturón dorado. No había rubia platino en la silla de la arena verde. Nadie jaleaba. Y me arranqué de los ojos los prejuicios. Dirimían arte en el baile. Intentaban ser príncipes de la finta. Uno con la plasticidad de una párvula mariposa: A veces danzaba al ritmo de un swing, o en círculos como en el vals de un ave de rapiña, altanero, bajadas del todo las defensas, mentirosamente indiferente. Fajador el otro, menos alto, cuadriculado, rocoso, encerrado en la guarida de su guardia, blindado por el escudo de sus tallados brazos. Y como con metro amarillo de sastre medían distancias. Aprendices en la estrategia de esquivar el dolor, de cazar el flanco desnudo, de esperar el momento de un gancho, de un crochet, de un directo…

(Sí, dos hombres se estudian, se golpean, uno con su astucia, con su audacia, el otro con su tenacidad, su fuerza bruta. ¿Dicen de prohibirlo? Pero si no se escupen odio. Si no proclaman guerras, esas que legalizan la muerte de niños jugando. Solo son dos jóvenes amantes del boxeo, ese deporte que deja en el saco de arena el veneno de la vida, los demonios de dentro, mientras tallan sus músculos con buril de renuncias. Dos jóvenes furtivos aprendiendo el oficio de no poner la otra mejilla, y si aflora lo animal, lo primitivo, será solo dentro de ese voluntario cuadrilátero de doce cuerdas, en esos doce asaltos de tres minutos).

 Hasta el volteo de la mandíbula de uno besando la lona de yerba, da igual cuál, para levantarse, para ponerse otra vez de pie, otra vez en guardia…

Otra oportunidad. Como en la vida.

Y en el sudor de sus espaldas, como en la piel del río Iregua, la tarde vencida tiraba a dar relumbres de plata, inexplicable belleza.

Rubén Lapuente Berriatúa             publicado en el diario La Rioja



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