RECITALES Y ARTÍCULOS

viernes, 6 de diciembre de 2024

UN GATO MEDIO MONTÉS

 


Últimamente mi terraza parece un degolladero. Un gato medio montés, que no me extrañaría nada viniera de sobrevivir al naufragio de una bolsa cerrada de plástico llena de tiernos maullidos que tiran al río, aprovechando que el murete de piedra de la terraza de mi casa es del mismo color gris que el de la piel de su tabardo, cada amanecer se calza aquí las alforjas de bandolero: Desenvaina el relámpago de su navaja.

Este sábado, limpiando un reguero de sangre, barriendo negras plumas de pájaros, me decía yo que como le cogiera, le iba a arrancar de cuajo y una por una sus veinticuatro vibrisas.

Yo estaba por dejarle el balcón entreabierto con una lata de Whiskas de señuelo, que se me había pasado por la cabeza el tener por entre mis piernas, de mascota, ese largo ocho de su alma salvaje. Dejarle mi mullido edredón, a cambio de oír su ronroneo virgen. Que viniera al reclamo del ala de mi mano, y pasarla luego sobre el suave jersey de lana de madreperla de su sinuoso lomo. Dejarle pasear por mi tejado, para verlo entrar luego por la claraboya del desván, borracho del licor de la luz de plata que destila esta hermosa luna del embalse.

 Pero, hoy, muy temprano, sobre el alféizar del murete, al verlo por primera vez, al mantenerme unos largos segundos ese arrogante uno azabache de sus ojos, yo tras el cristal, me reveló cómo debería uno ganarse la vida: que no le fuese nada fácil a nadie. Y pensé en mi

hijo, que ha tenido que buscarse el pan lejos de aquí, obligado por ese encadenado dominó de ladrillos, al que un leve soplo bastó para que se derrumbara el andamiaje de todo un país. Mi hijo, que a veces se presenta en casa por unas horas en un viaje relámpago. Y ni le insinúes si merece la pena venirse para tan poco tiempo, que, aunque solo se lo digas por el cansancio de las largas horas del viaje, te mira sorprendido, frunciendo el ceño, molesto. Mejor me callara. Se me olvida recordar cómo, absorto, le pillaba mirando entre las rejas del balcón, abandonando su bólido rojo, tan pequeño él, la belleza de esta sierra. Aquí restregaba su jabón de saliva en la roña de las rodillas, antes de cruzar la puerta de casa. Aquí, navegando con su tabla encerada por estas laderas de trinos, se hizo gorrión de un dios azul. Aquí, con el balón, driblaba pinos y chopos y hasta le hacia un sombrero a la intrusa vaca de turno. Aquí sintió el desasosiego al aguantar demasiado tiempo los ojos a una noche estrellada. Aquí se hizo muchacho tallado de naturaleza que le ha forjado como un arma para defenderse cuando las cartas le vengan mal dadas.

Ahora que enciende el motor del coche, ya no se me olvidará nunca que no eres de donde paces, sino de donde naces y te extrañan. Se va, sí, pero lo mejor de él se queda también aquí, esperándole siempre.

Volverá pronto, pero ya conociéndose hasta la raíz, sin miedo, como este gato medio montés, que por mí puede seguir ganándose la vida merodeando por mi terraza, desplumando pájaros.

Rubén Lapuente Berriatúa 

publicado en el diario La Rioja  noviembre de 2024



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