RECITALES Y ARTÍCULOS

domingo, 2 de febrero de 2025

PARÁLISIS DEL SUEÑO



Tarde llegué a casa. Las estrellas florecían en la noche. Encendía Venus el sol de su limonero. El bosque de Cameros callaba de frío. Al traspasar la puerta aún ardía la leña (se ha acostado tarde) como si lo hiciera dentro de mí. Y sin la premura del tiempo, me tendí sobre la alfombra, avaro de lumbre, ebrio de olor a ramas rotas.

 A través de las llamas veía el fuego turbador capaz de clavarte los ojos en su baile púrpura, de incitarte a tirar en sus brazos el dolor de un papel, capaz de acariciar el corazón de un verdugo.

Oh, dices fuego, y se suelta su cabellera de guedejas amarillas; dices fuego, y bailan sus llamas la danza de los sinuosos ochos con la cadera; dices fuego, y oyes crepitar las ramas en un festín de centellas vivas, de chiribitas en la órbita de los ojos. Y te acuerdas de aquella muchacha valenciana, la del espolín bordado de azahares, tan emocionada que seguiste la quema de su falla en el lento rodar de la hoguera de sus lágrimas. Seguro que de niña podía dormirse con el estruendo de cualquier traca del barrio. Plácidos sueños de triquitraque entre llamas creo la acariciarán siempre.

 Oh, sientes el fuego, y le ofreces el chispero de tu espalda vencida, o el lento tiovivo de tu cuerpo a cambio de esa calentura que te suelda cada uno de tus doscientos seis huesos sombríos. 

A través de las llamas veía el fuego turbador capaz de abatir este bosque con mi casa dentro, de silenciar un planeta, de poner nombre y apellidos a las cenizas.

 Oh, el astro que seré yo un día por un instante: bandera roja flameando en la cresta del viento. Arder dando mi mejor luz, de tanto abrazo azul esperándome…

 

Sobresaltado, desperté dentro de las lenguas de fuego de la hoguera de mi cuerpo mártir, ardiendo como el de una Juana de Arco. Desperté desorientado en la cima de la humareda del breve vuelo final de mi pájaro de ceniza.

Oh, me había quedado medio dormido, y al despertarme, no podía ni moverme, como si la mente se me hubiera desvelado, pero el cuerpo, no: aún lo tenía dormido, paralizado.

 Había sido un mal sueño. Y empapado de agobio, con un gran esfuerzo, pude abrir los ojos, mover luego un dedo de la mano, después como una gran hazaña ladear la cabeza. Y me iba aliviando el sentir que ahí afuera estaba la misma noche tejiendo su manto helado sobre la hierba, ahí el silencio de la savia, ahí en la ventana, junto a pegatinas de unicornios de Aina, un gajo de la luna de enero. Y sobre la alfombra, ahí estaba yo, vivo, volviendo al principio, avaro de lumbre, ebrio de olor a ramas rotas.

Y todavía desorientado, me puse en pie, y con el viejo badil removí mis propias ascuas soñadas, para resucitarme del todo y sentirme otra vez espoleado por la vida.

Arriba, desvelada por el ruido de mi retorno a este mundo, oía los pasos descalzos de mi bella durmiente.

Más arriba, que ya era muy tarde, Venus apagaba el sol de su limonero.

 Rubén Lapuente Berriatúa  

publicado en el diario La Rioja




No hay comentarios:

Publicar un comentario